Entre las tensiones del pensamiento moderno y las ruinas de viejos dogmas, emerge una figura olvidada que desafió al poder desde el aula: Julián Sanz del Río. Su propuesta no fue una moda filosófica, sino una revolución silenciosa que buscó reconfigurar la relación entre razón, ética y libertad. En un mundo cada vez más fragmentado, su voz resuena con una lucidez inquietante. ¿Puede la filosofía volver a ser una fuerza civilizadora? ¿Estamos aún a tiempo de educar para la armonía?
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Julián Sanz del Río y el legado filosófico del krausismo en la España moderna
La figura de Julián Sanz del Río constituye un pilar ineludible en la historia del pensamiento español. A mediados del siglo XIX, introdujo una corriente filosófica que desbordaba los límites del racionalismo tradicional: el krausismo. Este sistema, heredado del alemán Karl Christian Friedrich Krause, proponía una visión armónica del ser humano y el universo, basada en la unidad entre lo finito y lo infinito, en lo que llamó “Dios-naturaleza”.
A diferencia de otras corrientes de la época, el krausismo español no se limitó a la especulación metafísica. Su impulso fue profundamente transformador, tanto en el ámbito intelectual como en el educativo y político. Sanz del Río, convencido del poder de las ideas para regenerar la sociedad, tradujo y adaptó el pensamiento de Krause a un contexto español marcado por el dogmatismo y la resistencia al cambio estructural.
La clave del éxito de Sanz del Río no fue solo la transmisión de una doctrina filosófica, sino la construcción de una red de discípulos comprometidos con la renovación moral e intelectual del país. Entre ellos destacan figuras como Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón y Gumersindo de Azcárate, quienes llevaron los ideales krausistas a terrenos concretos como la política, la enseñanza o la jurisprudencia.
La propuesta krausista se estructuraba en torno al concepto de un “racionalismo armónico”, que buscaba equilibrar ciencia, ética y espiritualidad. Frente al empirismo utilitario o al escolasticismo rígido, esta visión concebía la razón como instrumento para elevar al ser humano hacia la verdad, en comunión con una totalidad viviente. La libertad, la autonomía moral y el perfeccionamiento interior eran sus fundamentos.
Sanz del Río vio en la educación el principal vehículo para concretar ese ideal. Por ello, defendió una enseñanza libre de dogmas, crítica, laica y universalista. Su influencia fue determinante en la creación de la Institución Libre de Enseñanza, donde se materializaron muchos de sus postulados. Allí se formaron generaciones de intelectuales que marcarían la historia de la España contemporánea.
Este pensamiento también supo conjugar una dimensión mística con una profunda exigencia ética. La idea de un Dios que se manifiesta en toda la naturaleza dotaba de sacralidad a la existencia cotidiana y exigía al individuo un compromiso activo con la justicia, la verdad y la fraternidad. Esta perspectiva convertía al krausismo en una filosofía idealista con vocación práctica.
Sin embargo, el krausismo no fue recibido sin resistencia. El poder eclesiástico y ciertos sectores conservadores lo consideraron una amenaza. Sanz del Río fue expulsado de la universidad mediante el Decreto Orovio en 1867, acusado de difundir ideas subversivas. No obstante, tras la Revolución de 1868, fue restituido y reivindicado por sus colegas. Murió poco después, sin ver en plenitud los frutos de su obra.
A pesar de estas tensiones, el legado de Sanz del Río trascendió su tiempo. El krausismo influyó en el regeneracionismo español, en movimientos de renovación pedagógica y en la consolidación de una conciencia democrática. Su impronta también alcanzó a la filosofía del derecho, promoviendo una visión ética de la ley y del estado como garantes del desarrollo integral del ciudadano.
En pleno siglo XXI, el pensamiento de Sanz del Río resuena con nuevas urgencias. La necesidad de una educación crítica, el diálogo entre ciencia y espiritualidad, o la búsqueda de un sentido ético en el ejercicio del poder siguen siendo desafíos abiertos. Su idea de que el ser humano es parte de una totalidad viva invita a repensar nuestras relaciones sociales, ecológicas y políticas.
El krausismo como filosofía de la armonía universal puede parecer utópico frente a un mundo atravesado por la fragmentación, la inmediatez y la desconfianza institucional. No obstante, su profundidad radica justamente en ofrecer una vía distinta: no una huida del presente, sino una elevación de sus posibilidades mediante la razón, el diálogo y el cultivo interior.
Ser krausista hoy no implica repetir dogmas del siglo XIX, sino asumir una herencia crítica, que exige pensar el presente con profundidad filosófica y compromiso moral. La obra de Sanz del Río no fue un sistema cerrado, sino una invitación a vivir de forma más consciente, más justa y más libre, en comunión con los demás y con el mundo que habitamos.
Este legado no es únicamente español; su proyección en América Latina también fue significativa. En países como Costa Rica, Colombia y México, el krausismo influyó en reformas educativas, códigos civiles y movimientos sociales. Su universalismo lo convirtió en una corriente adaptable, capaz de dialogar con diversas tradiciones y contextos culturales.
La obra más influyente de Sanz del Río, Ideal de la Humanidad para la Vida, no fue solo una traducción de Krause, sino una recreación viva de su pensamiento. Allí, el filósofo soriano articuló una antropología espiritual basada en la libertad, la razón y el amor, principios que todavía hoy pueden nutrir la reflexión filosófica y la acción ética.
Julián Sanz del Río representa una rara conjunción de rigor intelectual y fe en la transformación humana. Su vida austera, su magisterio constante y su confianza en el poder educativo encarnan una figura de filósofo comprometido con su tiempo, pero también visionario respecto al porvenir. Su nombre merece un lugar de honor en la historia del pensamiento europeo.
La historia suele olvidar a los sembradores de ideas cuando los frutos tardan en madurar. Sin embargo, los momentos de crisis y transformación suelen redescubrir aquellas voces que supieron pensar el todo sin renunciar a la acción concreta. Sanz del Río fue una de esas voces, y su eco aún puede guiarnos hacia una forma más armónica de habitar el mundo.
En tiempos donde la filosofía a menudo se margina del debate público, la figura de Sanz del Río nos recuerda que el pensamiento no es un lujo, sino una necesidad vital. Su propuesta de una razón orientada al bien común, arraigada en el respeto mutuo y en la búsqueda de sentido, resulta profundamente pertinente. Su vida fue, en efecto, una forma de enseñanza.
Hoy, cuando la educación integral es más urgente que nunca, recuperar el horizonte krausista puede ser un acto de resistencia lúcida. La formación de ciudadanos libres, críticos y comprometidos requiere una base ética y filosófica sólida, como la que él propuso. Su legado es una brújula para quienes aún creen en el poder formador del pensamiento.
En resumen, Julián Sanz del Río no solo introdujo el krausismo en España, sino que fundó una tradición que hizo del conocimiento una fuerza ética y civilizadora. Su visión armónica del universo y su fe en la educación como motor de transformación siguen siendo faros para una sociedad que busca sentido. Releer su obra es reencontrarse con la esperanza.
Referencias
- Jiménez-Landi, A. La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente. Madrid: Taurus, 1981.
- Sanz del Río, J. Ideal de la Humanidad para la Vida. Madrid: Biblioteca Krausista, 1860.
- Serrano, J. El Krausismo y su influencia en la cultura española. Madrid: Alianza, 2001.
- Álvarez Lázaro, P. Krausismo y masonería en España. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1985.
- Giner de los Ríos, F. Ensayos sobre educación y política. Madrid: Cátedra, 2005.
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