Entre los grandes hitos que transformaron la relación del ser humano con la altura, pocos despiertan tanta fascinación como la noria gigante de finales del siglo XIX. Más que una atracción, fue un manifiesto de ambición técnica y visión cultural, capaz de alterar la percepción del espacio y del progreso. Su eco persiste, recordándonos que toda obra monumental es también un acto de imaginación. ¿Hasta dónde puede llegar nuestra ingeniería? ¿Y hasta dónde nuestra audacia?
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Imagen creada por inteligencia artificial por Chat-GPT para El Candelabro.
La Noria de Chicago de 1893 y el nacimiento de una nueva era tecnológica
En 1893, la Exposición Mundial de Chicago se convirtió en un escaparate del ingenio humano, albergando un invento que marcaría un antes y un después en la historia de la ingeniería: la primera noria gigante. Concebida por George Washington Ferris, este coloso de acero no solo fue una proeza técnica, sino también una declaración de orgullo industrial estadounidense frente a la Torre Eiffel, que había deslumbrado al mundo en la feria de París de 1889.
La estructura se elevaba imponente sobre los terrenos de la feria, alcanzando aproximadamente 80 metros de altura. Sus 36 cabinas cerradas, de dimensiones similares a las de un tranvía, podían transportar hasta 60 personas cada una, lo que permitía un aforo total superior a 2 000 pasajeros en un solo giro. Para muchos visitantes, esta experiencia fue la primera ocasión en la que podían contemplar una vista aérea tan amplia de una ciudad, sin necesidad de ascender a montañas o edificios.
La construcción de la noria representó un desafío considerable para la ingeniería de finales del siglo XIX. Se requería un armazón robusto capaz de soportar tanto el peso de la estructura como el de los pasajeros, además de resistir las fuerzas del viento. El uso de acero de alta calidad y técnicas innovadoras de ensamblaje garantizó que el mecanismo funcionara con suavidad y seguridad, estableciendo un precedente en el diseño de atracciones mecánicas a gran escala.
Su presentación en la Exposición Mundial no fue casualidad. El comité organizador buscaba una atracción que rivalizara en impacto con la Torre Eiffel, símbolo de modernidad y orgullo nacional francés. Ferris, ingeniero especializado en estructuras metálicas, respondió con un proyecto que desafiaba las expectativas: una rueda de dimensiones colosales que, en movimiento, combinaba la experiencia visual con la emoción mecánica.
El impacto cultural de la noria fue inmediato. Miles de personas formaban largas filas para subir y contemplar la ciudad y el lago Míchigan desde una perspectiva nunca antes experimentada. Las crónicas de la época describen el asombro de los pasajeros, muchos de los cuales jamás habían viajado en trenes elevados ni experimentado alturas semejantes. El paisaje urbano se desplegaba bajo sus pies, y la sensación de ingravidez momentánea al llegar a la cima quedaba grabada en la memoria de quienes la vivían.
Más allá de su función recreativa, la noria simbolizaba el dominio de la ingeniería sobre la escala y la materia. Era un testimonio de la capacidad de la industria para crear experiencias colectivas a partir de soluciones técnicas complejas. Esta combinación de entretenimiento y tecnología sentó las bases para el desarrollo de futuros parques de atracciones y ferias internacionales, donde las innovaciones mecánicas serían parte del espectáculo tanto como las exhibiciones culturales y comerciales.
Sin embargo, el reinado mediático de la noria de Ferris tuvo una duración limitada. Apenas una década después, en 1903, otro hito de la historia tecnológica acapararía la atención global: el primer vuelo controlado de los hermanos Wright. Mientras la noria ofrecía la ilusión de volar al elevar a sus pasajeros, el aeroplano materializaba por primera vez el sueño humano de conquistar el aire con una máquina más ligera que el aire, capaz de despegar, maniobrar y aterrizar de forma controlada.
El vuelo de los Wright representó un cambio de paradigma. La atención pública, que hasta entonces se había maravillado con los logros arquitectónicos y mecánicos en tierra, se trasladó al cielo. La aviación prometía no solo una nueva forma de transporte, sino también una revolución en la concepción misma del espacio y el tiempo. En comparación, la noria, aunque impresionante, comenzó a percibirse como un símbolo nostálgico de una etapa previa a la era aeronáutica.
No obstante, la relevancia de la noria no debe subestimarse. Su construcción y éxito evidenciaron la creciente confianza en el acero como material de grandes obras, el perfeccionamiento de engranajes y rodamientos a gran escala, y la capacidad de movilizar recursos humanos y financieros para proyectos ambiciosos. De hecho, muchas de las técnicas empleadas en su ensamblaje se trasladarían posteriormente a la construcción de puentes y estructuras de gran envergadura.
Además, la noria introdujo un concepto clave: la tecnología como experiencia masiva compartida. No se trataba solo de admirar una máquina por su funcionamiento, sino de interactuar con ella, integrando al espectador en el espectáculo. Este modelo, que hoy vemos replicado en torres de observación, montañas rusas y simuladores de vuelo, tiene en la noria de Ferris uno de sus primeros y más emblemáticos precedentes.
La fascinación que despertó también tuvo un efecto duradero en la cultura popular. El término “noria de Ferris” se incorporó al lenguaje común para designar cualquier rueda de observación, independientemente de su tamaño o ubicación. Desde Londres hasta Singapur, estas estructuras han continuado el legado iniciado en Chicago, ofreciendo vistas panorámicas y combinando arquitectura icónica con la promesa de una experiencia visual única.
En perspectiva histórica, la noria de 1893 puede considerarse un puente entre dos eras. Por un lado, se inscribe en la tradición de las grandes obras públicas y exposiciones universales, donde la escala y la innovación se usaban como demostraciones de poder industrial. Por otro, anticipa la transición hacia una modernidad en la que la movilidad —en tierra, mar y aire— se convertiría en el principal motor de admiración y competencia tecnológica.
La comparación con la Torre Eiffel y con el primer vuelo de los hermanos Wright ilustra cómo cada generación busca redefinir los límites de lo posible. En 1889, París celebró la altura y la elegancia estructural del hierro. En 1893, Chicago apostó por el dinamismo y la ingeniería en movimiento. En 1903, Kitty Hawk marcó el inicio de una aventura que llevaría al ser humano más allá de la atmósfera. Cada uno de estos hitos, en su momento, capturó la imaginación colectiva y se convirtió en símbolo de una nueva frontera.
Hoy, la noria original ya no existe, pero su espíritu persiste en cada atracción que combina ingeniería, emoción y espectáculo visual. Desde las norias turísticas que marcan el horizonte de ciudades modernas hasta las innovaciones en transporte vertical, la idea de elevar a las personas para ofrecerles una perspectiva distinta sigue siendo tan poderosa como en 1893. Ese impulso humano por conquistar la altura, ya sea mediante una rueda, una torre o un avión, permanece como una constante en nuestra historia tecnológica.
En última instancia, la noria de Ferris no fue eclipsada por la aviación, sino que cedió su lugar en el imaginario popular a un nuevo sueño. Ambos logros forman parte de una narrativa más amplia sobre el ingenio humano, la superación de límites y la búsqueda de experiencias que transformen nuestra relación con el espacio. Su legado no se mide solo en metros de altura o número de pasajeros, sino en su capacidad para inspirar asombro, un sentimiento que, al igual que la rueda misma, gira y se renueva con cada generación.
Referencias
- Anderson, N. (1993). Ferris Wheels: An Illustrated History. Bowling Green State University Popular Press.
- Larson, E. (2003). The Devil in the White City. Crown Publishers.
- Rybczynski, W. (2013). How Architecture Works: A Humanist’s Toolkit. Farrar, Straus and Giroux.
- Smithsonian National Air and Space Museum. (2021). The Wright Brothers & The Invention of the Aerial Age. Smithsonian Institution.
- Trachtenberg, M. (2009). Building-in-Time: From Giotto to Alberti and Modern Oblivion. Yale University Press.
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