Entre los vestigios más notables del cristianismo primitivo, pocos poseen la fuerza simbólica del epitafio de San Abercio de Hierápolis. Esta inscripción, grabada en piedra en el siglo II, trasciende su carácter funerario para convertirse en un testimonio singular de identidad y esperanza. Su voz, que habla desde la frontera entre la vida y la muerte, revela la íntima relación entre fe y memoria. ¿Qué significa que una tumba pueda predicar más que un tratado? ¿Y cómo transforma la historia un testimonio sellado en piedra?
El CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES

📸 Imagen generada por ChatGPT IA — El Candelabro © DR
San Abercio de Hierápolis y el testimonio de la fe cristiana primitiva
La historia del cristianismo primitivo se nutre tanto de los grandes relatos patrísticos como de los fragmentos epigráficos que han sobrevivido al paso del tiempo. Entre estos últimos, el epitafio de Abercio, obispo de Hierápolis en Frigia durante el siglo II, ocupa un lugar privilegiado. Este documento no solo constituye una pieza arqueológica de enorme valor, sino también una ventana a la vivencia espiritual y a la autoconciencia eclesial de los primeros cristianos. Su importancia radica en que, a través de un lenguaje simbólico, se plasma la concepción sacramental y universal de la Iglesia en una época aún cercana a la generación apostólica.
El personaje de Abercio se sitúa históricamente hacia el año 167, momento en el cual se le atribuye la redacción de su epitafio. El hecho de que un obispo dejara un testimonio personal en piedra no era común en la época, lo que otorga a esta inscripción un carácter excepcional. Descubierta en el siglo XIX, la inscripción ha sido estudiada por arqueólogos, teólogos e historiadores, quienes coinciden en que se trata de un documento auténtico y revelador. Su contenido, aunque velado por metáforas, presenta símbolos claros de la fe eucarística, así como de la comunión universal de la Iglesia.
El epitafio se caracteriza por un estilo poético que combina elementos culturales griegos con la fe cristiana. Abercio utiliza imágenes como el “pez” que alimenta a los creyentes y el “vino mezclado con pan”, en clara alusión a la Eucaristía. Estas expresiones son significativas, pues confirman que ya en el siglo II la práctica eucarística era central y estaba dotada de una profunda dimensión teológica. Además, el obispo señala haber viajado “a Roma” y “a Siria”, testimonio de la conciencia de una Iglesia que, aunque dispersa, se sabía unida en una misma fe y práctica sacramental.
El valor del epitafio radica también en su capacidad de mostrar cómo los cristianos se concebían a sí mismos en medio de un mundo predominantemente pagano. Abercio, al narrar sus viajes, parece enfatizar la universalidad del cristianismo frente a las múltiples tradiciones locales. Este sentido de comunión más allá de las fronteras políticas y culturales era una fuerza cohesionadora que otorgaba identidad a las primeras comunidades. En un contexto de persecución y marginalidad, esta conciencia eclesial resultaba indispensable para la supervivencia de la fe.
Resulta especialmente relevante que Abercio exprese su fe en un documento destinado a perdurar en el tiempo. No se trataba de una predicación oral ni de una obra teológica, sino de su propio epitafio, es decir, de un testimonio personal y definitivo. Esto refuerza la autenticidad de sus convicciones y nos permite apreciar la naturalidad con la que los primeros cristianos integraban su fe en la vida cotidiana y en la memoria de la comunidad. El epitafio de Abercio, por tanto, es tanto una confesión personal como una catequesis pública.
El contexto histórico de Abercio ayuda a comprender mejor el alcance de su testimonio. El siglo II fue un período de consolidación doctrinal y litúrgica para la Iglesia. Si bien todavía no se habían definido los grandes concilios ecuménicos, la fe cristiana ya mostraba una clara unidad en torno a la Eucaristía y al papel de Roma como referencia. El viaje de Abercio a Roma no es un detalle menor: denota la centralidad que la Iglesia romana ejercía incluso antes de que el papado alcanzara su pleno desarrollo institucional. El testimonio de un obispo de Asia Menor reconociendo esta autoridad resulta de gran peso histórico.
Desde un punto de vista literario, el epitafio constituye un ejemplo notable del uso de metáforas para transmitir mensajes cristianos en un entorno aún hostil. El lenguaje encriptado permitía a los creyentes identificar el significado profundo de los símbolos, mientras que a ojos de los no iniciados podía pasar por un texto poético más. Este recurso era común en el cristianismo primitivo, que muchas veces recurrió a la simbología para expresar lo inefable y para protegerse de posibles persecuciones. El epitafio de Abercio, en este sentido, refleja tanto la creatividad como la prudencia de los primeros creyentes.
El redescubrimiento del epitafio en 1883 marcó un hito en la investigación histórica del cristianismo. Al encontrarse en dos fragmentos, fue necesario reconstruir y comparar con referencias literarias previas. Eusebio de Cesarea, historiador de la Iglesia del siglo IV, ya había mencionado a Abercio y su epitafio, lo cual permitió corroborar la autenticidad del hallazgo. La coincidencia entre la arqueología y las fuentes literarias otorga a este testimonio un nivel de fiabilidad excepcional. Es, en definitiva, una prueba tangible de que las creencias fundamentales de la Iglesia no surgieron tardíamente, sino que estaban ya presentes desde los primeros siglos.
El epitafio de Abercio ha sido objeto de numerosas interpretaciones teológicas. Para algunos, constituye una de las más antiguas evidencias de la fe en la transubstanciación, aunque el término como tal no existiera aún. Para otros, el énfasis está en la universalidad de la Iglesia y en la primacía de Roma. Lo cierto es que el texto admite una lectura amplia, en la que confluyen aspectos doctrinales, litúrgicos y eclesiológicos. Esto lo convierte en un documento de gran riqueza que sigue alimentando la reflexión tanto académica como espiritual.
En términos de espiritualidad, Abercio nos recuerda que la fe cristiana no era un mero conjunto de doctrinas abstractas, sino una experiencia vivida y celebrada. La insistencia en el “pez de fuente pura” y en el “vino mezclado con pan” alude no solo a la liturgia, sino también a la experiencia de comunión con Cristo y entre los hermanos. La metáfora del alimento subraya la centralidad de la Eucaristía como sustento de la vida cristiana. En un mundo donde la fe se vivía muchas veces en secreto, este alimento espiritual era percibido como indispensable para la perseverancia.
Finalmente, el epitafio de Abercio no solo nos habla del pasado, sino que también interpela al presente. En una época de globalización y fragmentación cultural, su testimonio de una Iglesia universal y eucarística mantiene una vigencia sorprendente. Nos recuerda que la fe cristiana se construyó desde sus inicios sobre la convicción de que todos los pueblos están llamados a una misma mesa y a compartir un mismo pan. Así, Abercio, desde su tumba, continúa proclamando un mensaje de unidad y esperanza que trasciende los siglos.
San Abercio de Hierápolis es una figura histórica cuya inscripción funeraria ofrece un testimonio único de la vida cristiana del siglo II. Su epitafio revela la centralidad de la Eucaristía, la conciencia universal de la Iglesia y la importancia de Roma en la configuración del cristianismo primitivo. Además, muestra la riqueza simbólica con la que los creyentes expresaban su fe en un contexto adverso. La autenticidad de este documento, corroborada por la arqueología y la literatura, lo convierte en una de las fuentes más valiosas para comprender la fe y la identidad de los primeros cristianos. Abercio, obispo y testigo, se erige así como un puente entre la historia y la fe, entre la piedra de su tumba y la memoria viva de la Iglesia.
Texto del epitafio (traducción al español)
Abercio, discípulo del Buen Pastor, obispo de Hierápolis, mandó grabar en su tumba:
> “Ciudadano de un pueblo escogido, he vivido siempre con este título.
Tengo a Roma como mi patria; he visto la reina de oro y la vestida de oro;
he visto allí a un pueblo que lleva un sello resplandeciente.
Tuve como guía a Pablo, y me acompañaba la fe en todo lugar.
En cada lugar tuve como alimento un pez de manantial, grande, puro,
que una virgen santa ha pescado y reparte entre los amigos.
Él me dio vino excelente, y lo mezclaba con pan.
Esto lo ordené escribir yo, Abercio, estando aún en vida, para dejar constancia.
Que todo el que entienda esto ore por Abercio.”
Referencias
- Quasten, J. (1995). Patrología I: Hasta el Concilio de Nicea. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
- Kelly, J. N. D. (1978). Early Christian Doctrines. San Francisco: Harper & Row.
- Eusebio de Cesarea. (1999). Historia Eclesiástica. Madrid: Ciudad Nueva.
- Lampe, P. (2003). From Paul to Valentinus: Christians at Rome in the First Two Centuries. Minneapolis: Fortress Press.
- Stewart, C. (2010). Epigraphy and Early Christianity in Asia Minor. Oxford: Oxford University Press.
El CANDELABRO.ILUMINANDO MENTES
#SanAbercio
#Hierapolis
#CristianismoPrimitivo
#EpitafioDeAbercio
#IglesiaCatolica
#FeEucaristica
#SigloII
#HistoriaCristiana
#PadresDeLaIglesia
#EpigrafiaCristiana
#TestimonioDeFe
#ArqueologiaBiblica
Descubre más desde REVISTA LITERARIA EL CANDELABRO
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
