Entre las sombras de un monasterio medieval y los destellos de la gran pantalla, El Nombre de la Rosa se erige como un duelo entre fe y razón, entre el silencio monástico y el rugido del pensamiento libre. Sean Connery, con su autoridad serena, convirtió a William de Baskerville en un símbolo de inteligencia y humanidad. ¿Cómo logró su interpretación trascender la erudición de Eco? ¿Qué revela hoy sobre el poder del conocimiento frente al dogma?


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La Adaptación Cinematográfica de “El Nombre de la Rosa”: El Rol Decisivo de Sean Connery como William de Baskerville


La novela El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, publicada en 1980, se convirtió en un fenómeno literario que fusionaba misterio detectivesco con reflexiones semióticas y medievales. Su traslación al cine en 1986, dirigida por Jean-Jacques Annaud, capturó la esencia de esta obra compleja, ambientada en un monasterio benedictino del siglo XIV. La película, conocida como The Name of the Rose en inglés, exploró temas de herejía, conocimiento prohibido y poder eclesiástico a través de asesinatos inexplicables. El casting, particularmente la elección de Sean Connery para interpretar a Fray William de Baskerville, resultó pivotal. Esta decisión no solo resolvió tensiones creativas sino que infundió al film una autoridad interpretativa que resonó con audiencias globales interesadas en adaptaciones literarias medievales.

Umberto Eco, semiólogo y erudito italiano, concibió a William de Baskerville como un monje franciscano con agudeza deductiva, inspirado en figuras históricas como Guillermo de Ockham y en el arquetipo del detective victoriano. La influencia de Sherlock Holmes es evidente: el apellido Baskerville evoca El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle, mientras que su método empírico contrasta con la fe dogmática. En la novela, William llega al monasterio para investigar muertes sospechosas, desentrañando un complot alrededor de un libro perdido de Aristóteles. Eco veía en esta figura un puente entre racionalismo renacentista y oscurantismo medieval, un tema central en su narrativa posmoderna. La adaptación cinematográfica de El Nombre de la Rosa preservó esta dualidad, haciendo de William un héroe intelectual en un mundo de sombras.

El proceso de casting para El Nombre de la Rosa película fue tumultuoso, reflejando las tensiones entre fidelidad literaria y viabilidad comercial. Eco, involucrado inicialmente, favorecía a Robert De Niro para el rol de William de Baskerville. De Niro, con su intensidad dramática vista en Taxi Driver (1976), parecía encajar en la complejidad psicológica del personaje: un franciscano escéptico, marcado por su pasado como inquisidor. Sin embargo, discrepancias surgieron durante las lecturas de guion. De Niro cuestionó alteraciones como el clímax con un duelo de espadas contra el antagonista Bernardo Gui, interpretado por F. Murray Abraham. Este elemento, ausente en la novela, introducía un dramatismo hollywoodense que De Niro consideraba anacrónico. Annaud, priorizando cohesión narrativa, rechazó sus sugerencias, lo que disuadió al actor.

Jean-Jacques Annaud, director francés conocido por Quest for Fire (1981), buscaba un protagonista que equilibrara intelecto y carisma físico. Tras el impasse con De Niro, Connery emergió como opción improbable. En 1986, Connery atravesaba un bache profesional post-Bond, con fracasos como Highlander (1986). Columbia Pictures dudó en financiarlo, temiendo su declive. No obstante, durante la audición, Connery leyó las primeras líneas del guion en el set medieval reconstruido en Italia. Su voz grave, modulada con acento escocés sutil, y su presencia imponente convencieron a Annaud al instante. “Sabía que era él”, recordaría el director. Esta elección transformó Sean Connery en El Nombre de la Rosa en un hito, revitalizando la carrera del actor con un Oscar al Mejor Actor de Reparto en 1988, aunque por The Untouchables.

La dinámica entre William y su novicio, Adso de Melk, es el corazón narrativo de la adaptación. Christian Slater, un adolescente de 16 años en su debut mayor, encarnó a Adso con frescura ingenua. Como narrador en la novela, Adso representa la perspectiva juvenil, atraída por los misterios eróticos y filosóficos del monasterio. Slater, descubierto en Broadway, aportó vulnerabilidad auténtica, contrastando con la sabiduría de Connery. Su dúo evoca a Holmes y Watson: William guía a Adso en deducciones lógicas, desde analizar huellas en la nieve hasta descifrar glifos heréticos. Esta relación mentor-aprendiz subraya temas educativos en El Nombre de la Rosa, donde el conocimiento es tanto salvación como peligro.

La ambientación medieval en la película de Annaud es magistral, filmada en locaciones como el Abbazia di Eberbach en Alemania. El monasterio laberíntico, con su biblioteca prohibida, simboliza el laberinto semiótico de Eco: un espacio donde signos y significados se entrecruzan. William de Baskerville Sherlock Holmes-like usa lentes primitivos para examinar manuscritos, un guiño a la óptica medieval que Eco investigó exhaustivamente. Estas alusiones enriquecen la trama, invitando a espectadores a apreciar capas intertextuales. La banda sonora de James Horner, con flautas y coros gregorianos, amplifica la atmósfera opresiva, fusionando thriller con drama histórico.

Críticos elogiaron cómo Connery infundió a William una humanidad terrenal, alejada del estereotipo monástico ascético. En escenas clave, como el interrogatorio de un campesino hereje, Connery modula ira y compasión, revelando el conflicto interno del personaje. Eco, aunque escéptico inicialmente con el casting, admitió post-estreno que Connery capturó la “ironia ockhamista” de William: una fe en la razón que desafía dogmas. Esta interpretación elevó adaptación Umberto Eco a un estándar para films literarios, donde el actor no imita sino reinterpreta el texto fuente.

El villano Bernardo Gui, basado en el inquisidor histórico, añade tensión ideológica. Abraham, fresco de su Oscar por Amadeus (1984), porta una frialdad fanática que choca con el humanismo de William. El duelo final, criticado por puristas, sirve como catarsis simbólica: espada contra lógica, fe ciega contra empirismo. Annaud justificó esta adición como necesario para el medio visual, evitando un cierre puramente intelectual que podría alienar audiencias. En retrospectiva, esta elección contribuyó al éxito comercial de la película, recaudando más de 77 millones de dólares globalmente.

La recepción de El Nombre de la Rosa película fue mixta entre eruditos y público. Eco lamentó simplificaciones, como reducir debates teológicos a diálogos concisos, pero alabó la fidelidad visual. Revistas como Time la llamaron “un rompecabezas medieval brillante”, destacando cómo Connery anclaba el ensemble. Para fans de misterios históricos, el film popularizó la novela, vendiendo millones de copias adicionales. Su impacto perdura en adaptaciones posteriores, como la serie de 2019 con John Turturro, que reexaminó temas posmodernos.

En términos temáticos, la película profundiza en el choque entre risa y dogma, central en Eco. William defiende la Poética de Aristóteles sobre comedia como herejía, argumentando que el humor libera el espíritu. Connery articula estas ideas con convicción, haciendo accesible la filosofía ecoiana. Esta capa eleva el thriller más allá de entretenimiento, invitando reflexiones sobre censura y libertad intelectual en contextos contemporáneos.

El legado de Sean Connery William de Baskerville trasciende el cine. Revitalizó el género de misterio medieval, influyendo en obras como The Pillars of the Earth (2010). Connery, post-film, seleccionó roles maduros, consolidando su estatus icónico. Slater, por su parte, lanzó una carrera prolífica, de Heathers (1988) a True Romance (1993). La película permanece un referente en estudios de adaptación, ilustrando cómo casting intuitivo puede reconciliar autor y audiencia.

Finalmente, la elección de Connery no fue mero capricho, sino acierto visionario. En un panorama donde De Niro podría haber intensificado drama, Connery aportó accesibilidad universal, haciendo de William un sabio relatable. Annaud’s intuición durante la audición probó que la química actoral trasciende preferencias literarias. El Nombre de la Rose adaptación cinematográfica demuestra que, en la intersección de arte y comercio, la interpretación auténtica forja legados duraderos.

Su éxito radica en equilibrar fidelidad y innovación, recordándonos que, como en el laberinto de la novela, el camino al significado revela sorpresas inesperadas. Así, treinta y nueve años después, sigue cautivando a quienes buscan en el pasado ecos del presente.


Referencias

Eco, U. (1980). The name of the rose. Secker & Warburg.

Annaud, J.-J. (Director). (1986). The name of the rose [Film]. Columbia Pictures Corporation.

Birkin, A. (1986). The name of the rose [Screenplay]. Columbia Pictures.

Cocks, J. (1986, September 29). Cinema: The rose and the thorn. Time Magazine, 128(13), 70-72.

Eco, U. (1984). Postscript to The name of the rose. Harcourt Brace Jovanovich.


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