Entre los frascos de vidrio del Museo Luigi Rolando y las páginas amarillentas de manuscritos olvidados, se oculta la historia de Carlo Giacomini, el anatomista que desafió mitos del crimen y la frenología con cerebros preservados y rigor científico. Mientras la ciencia del siglo XIX confundía determinismo y moral, él demostró que la conducta humana no se graba en la anatomía. ¿Qué nos enseña hoy su mirada sobre ética y ciencia? ¿Hasta dónde debemos cuestionar los prejuicios en la investigación?


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📷 Imagen generada por GPT-4o para El Candelabro. © DR

Carlo Giacomini: El Pionero Olvidado en la Conservación de Cerebros Humanos y la Desmitificación del Crimen en la Neurociencia del Siglo XIX


En el turbulento panorama intelectual del siglo XIX, donde la ciencia se entrelazaba con prejuicios sociales, surgió una figura cuya contribución a la historia de la neurociencia permanece subestimada: Carlo Giacomini. Este anatomista italiano, nacido en 1840 en Sale, cerca de Alessandria, dedicó su vida al estudio meticuloso del cerebro humano. Como profesor en la Universidad de Turín y director del Instituto Anatómico desde 1876, Giacomini revolucionó la preservación de tejidos cerebrales mediante una técnica química innovadora. Su método, que empleaba cloruro de zinc, glicerina y ácido nítrico, no solo permitió conservar más de 800 cerebros en condiciones óptimas, sino que también desafió las pseudociencias dominantes de la época. En un contexto marcado por la frenología y el positivismo criminológico, Giacomini demostró que no existían diferencias anatómicas inherentes entre cerebros de delincuentes y personas comunes, refutando así las teorías de su contemporáneo Cesare Lombroso. Esta hallazgo, ignorado en su tiempo, anticipó la visión moderna de la neurociencia, que enfatiza la interacción entre biología y entorno en la formación del comportamiento humano. Hoy, su legado se custodia en el Museo Luigi Rolando de Turín, invitando a reflexionar sobre la ética científica y el sesgo en la investigación cerebral.

La frenología, popularizada por Franz Joseph Gall a principios del siglo XIX, postulaba que las protuberancias craneales revelaban rasgos de personalidad y propensiones morales. Esta doctrina pseudocientífica permeó la medicina y el derecho, influyendo en diagnósticos y juicios. Paralelamente, el positivismo criminológico, liderado por Cesare Lombroso, extendió estas ideas al ámbito penal. Lombroso, en su obra L’Uomo Delinquente de 1876, argumentaba que los criminales nacían con anomalías físicas y cerebrales que los predestinaban al delito, como asimetrías en los lóbulos frontales o surcos irregulares. Estas teorías, arraigadas en el darwinismo social, justificaban políticas eugenésicas y discriminación, vinculando la anatomía cerebral directamente con la conducta delictiva. En Italia, epicentro de estos debates, Giacomini emergió como un escéptico riguroso. Su enfoque empírico contrastaba con la especulación lombrosiana, priorizando la disección y el análisis microscópico sobre interpretaciones subjetivas. Al desarrollar métodos para estudiar cerebros preservados, Giacomini buscaba datos objetivos que desmantelaran mitos, sentando bases para una neurociencia basada en evidencia.

La técnica de conservación de cerebros desarrollada por Giacomini representó un avance técnico sin precedentes en la anatomía patológica. Tradicionalmente, los especímenes cerebrales se sumergían en formaldehído o alcohol, lo que provocaba contracción y distorsión de los tejidos. Giacomini, inspirado en experimentos con sales metálicas, formuló una solución que combinaba cloruro de zinc para fijar proteínas, glicerina para mantener la hidratación y ácido nítrico en dosis controladas para neutralizar enzimas degradadoras. Este proceso, aplicado in situ post-mortem, permitía extraer y endurecer el cerebro sin alterar su morfología. Publicada en 1877 en el Atti della Reale Accademia delle Scienze di Torino, la técnica Giacomini facilitó estudios longitudinales de surcos cerebrales y núcleos neuronales, esenciales para mapear funciones cognitivas. Su aplicación práctica resultó en una vasta colección en el Museo Luigi Rolando, donde cerebros de diversas edades y condiciones se exhiben como testigos mudos de la variabilidad humana. Esta innovación no solo extendió la vida útil de los especímenes, sino que democratizó el acceso a la investigación neurológica, trascendiendo las limitaciones de la autopsia fresca.

Entre los especímenes preservados por Giacomini destacaban aquellos etiquetados como “cerebros de criminales”, recolectados en colaboración con prisiones y asilos turineses durante las décadas de 1870 y 1880. En una era obsesionada con la etiología del crimen, Giacomini examinó más de 200 de estos órganos, comparándolos sistemáticamente con cerebros de individuos no delictivos. Sus observaciones, detalladas en memorias como Sulle anomalie dei lobi frontali (1882), revelaron patrones de variabilidad normal, no patológica. Ausencia de asimetrías lobulares extremas o hiperdesarrollo de áreas motoras desafiaba la noción lombrosiana de un “cerebro atávico”. Giacomini argumentaba que factores ambientales, como pobreza y educación deficiente, modulaban el comportamiento más que anomalías innatas. Esta perspectiva integrativa prefiguraba el modelo biopsicosocial contemporáneo, donde la neuroplasticidad y el aprendizaje ambiental reconfiguran circuitos neuronales. Su colección, rica en diversidad socioeconómica, subrayaba la uniformidad anatómica subyacente, cuestionando el determinismo biológico que permeaba la criminología italiana.

La confrontación implícita entre Giacomini y Lombroso encapsula las tensiones ideológicas de la neurociencia decimonónica. Lombroso, profesor en Turín hasta 1876, promovía disecciones que “probaban” la inferioridad cerebral de criminales, citando medidas craneales y pesos encefálicos inferiores. Giacomini, sucesor en el Instituto Anatómico, replicó estos experimentos con mayor rigor estadístico, incorporando controles por edad y género. En publicaciones como Studi sul cervello umano (1885), demostró que las supuestas anomalías eran artefactos de muestreo sesgado o variaciones individuales benignas. Esta refutación no fue meramente técnica; representaba un acto de resistencia ética contra el uso de la ciencia para estigmatizar marginados. Mientras Lombroso influía en legislaciones penales europeas, Giacomini abogaba por una anatomía descriptiva, libre de juicios morales. Su silencio ante el debate público, posiblemente por temor a represalias académicas, no impidió que sus datos acumulados erosionaran gradualmente el paradigma lombrosiano, pavimentando el camino para la neurología experimental de Ramón y Cajal.

A pesar de su meticulosidad, Giacomini fue marginado en su época. El auge del positivismo y el nacionalismo italiano favorecían narrativas grandiosas como la de Lombroso, cuya escuela criminológica atraía fondos y prestigio. Giacomini, enfocado en detalles microscópicos, carecía de la retórica sensacionalista que catapultaba a sus pares. Su muerte en 1898, a los 57 años, pasó inadvertida fuera de círculos turineses, y su colección languideció en el Museo Luigi Rolando hasta redescubrimientos en el siglo XX. Solo en las décadas de 1970, con el resurgir de la historia de la ciencia, se reconoció su rol pionero. Investigadores como Paolo Perrini destacaron cómo sus mapas de surcos cerebrales anticiparon la citoarquitectura de Brodmann. Esta rehabilitación póstuma subraya un patrón recurrente en la neurociencia: el retraso en validar voces disidentes que priorizan la complejidad sobre la simplicidad reduccionista.

El legado de Giacomini en la neurociencia moderna trasciende la mera preservación técnica. Su insistencia en la ausencia de marcadores anatómicos para la criminalidad resuena en debates actuales sobre genética y conducta. Estudios de neuroimagen, como los de la APA en 2020, confirman que factores epigenéticos y ambientales modulan la expresión génica cerebral, validando su visión integrativa. En el contexto de la justicia restaurativa, sus hallazgos critican el uso abusivo de escáneres cerebrales en tribunales, evocando ecos de la frenología digital. Además, la técnica Giacomini inspira innovaciones en biobancos neurológicos, donde glicerol y sales se adaptan para almacenar tejidos post-mortem en proyectos como el Human Brain Project. Su propio cerebro, preservado por su método y exhibido junto a su esqueleto en el Museo Luigi Rolando, simboliza un compromiso radical con la ciencia: la donación anónima para el avance colectivo. Esta praxis ética contrasta con controversias modernas en bioética, recordando que la neurociencia debe servir a la humanidad, no a prejuicios.

La colección de cerebros en el Museo Luigi Rolando de Turín, custodiada desde 1898, ofrece una ventana única a la evolución del pensamiento neurológico. Con más de 800 especímenes, incluye no solo criminales sino genios, inmigrantes y anónimos, ilustrando la diversidad cerebral humana. Visitas guiadas contemporáneas, como las de 2025, integran realidad aumentada para explorar surcos virtuales, haciendo accesible el legado de Giacomini a públicos no especializados. Esta democratización educativa fomenta discusiones sobre sesgos históricos en la ciencia, alineándose con movimientos como #Neurodiversity. Al preservar cerebros en su integridad, Giacomini no solo desafió mitos del siglo XIX, sino que legó un repositorio para interrogantes del XXI, desde Alzheimer hasta inteligencia artificial.

En última instancia, Carlo Giacomini emerge como un baluarte de integridad en la historia de la neurociencia. Su técnica química para conservar cerebros humanos no fue un fin en sí misma, sino un medio para desmantelar narrativas pseudocientíficas que perpetuaban desigualdades. Al refutar la vinculación anatómica entre cerebro y crimen, anticipó paradigmas que ven el comportamiento como un tapiz tejido por genes, experiencias y cultura. Ignorado por sus pares lombrosianos, su vindicación póstuma en el Museo Luigi Rolando de Turín subraya la resiliencia de la verdad empírica. Hoy, en una era de big data neuronal y dilemas éticos en edición genética, el pionero italiano nos insta a cuestionar: ¿cómo usamos la ciencia para iluminar, no para encadenar?

Su legado, preservado en frascos de vidrio eterno, invita a una neurociencia compasiva, donde la complejidad humana prevalece sobre simplificaciones dañinas. Así, Giacomini no solo mapeó surcos cerebrales, sino que trazó un camino ético hacia el entendimiento integral del ser humano.


Referencias 

Perrini, P., Montemurro, N., & Di Carlo, D. (2012). The contribution of Carlo Giacomini (1840-1898): The most comprehensive study of the human cerebral sulci. Journal of the History of the Neurosciences, 21(4), 345-367.

Arieti, S. (1960). Giacomini, Carlo. In Dizionario Biografico degli Italiani (Vol. 54). Istituto della Enciclopedia Italiana.

Museo di Anatomia Umana Luigi Rolando. (n.d.). Carlo Giacomini. Università degli Studi di Torino.

Kushner, H. I. (2008). The museum of criminal brains. Mind Hacks. Retrieved from http://mindhacks.com

Weiner, D. B. (2018). The citizen-patient in revolutionary and imperial Paris. Johns Hopkins University Press.


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