Entre los senderos del Lyon del siglo XVIII y los laboratorios botánicos que marcaron la Ilustración, surge la figura de Marc Antoine Louis Claret de La Tourrette, un visionario que fusionó observación empírica con filosofía natural. Su pasión por los criptógamos, la micología y la algología transformó la ciencia local en un referente europeo. ¿Cómo sus descubrimientos influyeron en la botánica moderna? ¿Qué legado dejó en la educación y exploración vegetal?


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📷 Imagen generada por GPT-4o para El Candelabro. © DR

Marc Antoine Louis Claret de La Tourrette: Pionero de la Botánica Francesa en la Era de la Ilustración


Marc Antoine Louis Claret de La Tourrette, destacado botánico francés, nació el 11 de agosto de 1729 en Lyon, una ciudad vibrante que en el siglo XVIII se convertía en un epicentro de la ciencia natural. Hijo de Jacques Annibal Claret de La Tourrette, un prominente magistrado lyonés ennoblecido por Luis XV, creció en un entorno privilegiado que fomentó su curiosidad intelectual. Desde joven, mostró inclinación por la historia natural, aunque inicialmente siguió una carrera en la administración pública como consejero en la Cour des Monnaies. Esta ocupación le proporcionó estabilidad financiera, pero fue en sus ratos libres donde germinó su pasión por la botánica en Lyon, recolectando especímenes y constituyendo un herbier que pronto se volvió legendario. Su transición hacia una dedicación plena a la ciencia, tras renunciar a sus funciones después de dos décadas, marcó el inicio de una trayectoria que lo posicionaría como colaborador clave de gigantes como Carolus Linnaeus y Albrecht von Haller. En una época de revoluciones científicas, La Tourrette encarnó el espíritu ilustrado, fusionando observación empírica con el sistema linneano para enriquecer el conocimiento de la flora regional.

La carrera temprana de este micólogo e algólogo francés se entrelazó con el auge de la botánica sistemática en Francia. En 1754, fue elegido miembro de la Académie des sciences, belles-lettres et arts de Lyon, donde rápidamente ascendió hasta convertirse en secretario perpetuo de la sección de Ciencias en 1772, cargo que ocupó hasta su muerte. Ese mismo año, su prestigio lo llevó a ser nombrado miembro correspondiente de la prestigiosa Académie des Sciences de París, un honor que subrayaba su contribución al avance de la historia de la botánica. Colaborando con el abate François Rozier, impulsó la creación del jardín botánico de la École vétérinaire de Lyon en las laderas de la Croix-Rousse en 1763, un espacio diseñado para la enseñanza práctica. En su propiedad familiar de Chazeaux, cerca de Fourvière, estableció una pépinière experimental, mientras que en el dominio de La Tourrette en Évex, fundó un parc botanique que albergó más de tres mil especies, incluyendo árboles exóticos y plantas herbáceas indígenas. Estos proyectos no solo reflejaban su visión pedagógica, sino que también integraban la botánica agrícola con innovaciones en horticultura, influenciadas por los principios de la Ilustración.

Las correspondencias de La Tourrette revelan una red intelectual que trascendía fronteras. Su amistad con Jean-Jacques Rousseau, el filósofo ginebrino, fue particularmente profunda y productiva. Rousseau, apasionado por las plantas como fuente de consuelo y conocimiento, encontró en La Tourrette un interlocutor ideal para discutir estudios botánicos de Rousseau. Sus cartas, publicadas posteriormente, abordan temas como la morfología vegetal y la ecología de los musgos, reflejando cómo la botánica servía de puente entre ciencia y filosofía. Con Carl Linnaeus, el padre de la taxonomía moderna, intercambió especímenes y observaciones que enriquecieron el sistema binomial, contribuyendo a la identificación de especies lyonesas. Asimismo, su diálogo con Albrecht von Haller, el polímata suizo, exploró la fisiología vegetal y la distribución geográfica, anticipando conceptos de geobotánica en el siglo XVIII. Estas interacciones no solo validaron su trabajo, sino que lo posicionaron como un nexo entre la botánica escandinava y la francesa, fomentando un intercambio que impulsó la colaboración internacional en micología.

Entre las publicaciones seminales de La Tourrette destaca Démonstrations élémentaires de botanique (1766), coescrita con Rozier y destinada a los alumnos de la École vétérinaire. Esta obra en dos volúmenes, reeditada cuatro veces en dieciocho años y ampliada por Jean-Emmanuel Gilibert en su cuarta edición, introducía los principios linneanos de manera accesible, con descripciones detalladas de clases, órdenes y géneros vegetales. Su enfoque pedagógico, combinado con ilustraciones prácticas, la convirtió en un referente para la enseñanza de la botánica en Francia. Otro hito fue Mémoire sur les végétaux (1761), un ensayo temprano que analizaba el impacto del clima y los suelos en el crecimiento vegetal, integrando química y física para proponer mejoras agrícolas. Estos textos no solo sistematizaban el conocimiento, sino que también promovían la botánica como herramienta para el progreso social, alineándose con los ideales ilustrados de utilidad científica.

El Voyage au mont Pilat dans la province du Lyonnais (1770) representa una joya en la obra de este explorador botánico francés. Este relato de viaje, enriquecido con un catálogo razonado de plantas locales, documenta sus expediciones por la región del Lyonnais y áreas circundantes. La Tourrette describe con precisión la flora del Mont Pilat, destacando adaptaciones ecológicas y recolectando especímenes raros que amplió su herbier. Influenciado por Rousseau, enfatiza la observación in situ, criticando métodos herborísticos tradicionales y abogando por un estudio holístico del hábitat. Esta publicación no solo contribuyó a la flora regional de Lyon, sino que también inspiró a botánicos posteriores en el uso de narrativas de viaje para la taxonomía, un género que ganaría popularidad en el siglo XIX. Su meticulosidad en catalogar más de quinientas especies lo posicionó como pionero en la etnobotánica local, vinculando plantas con usos medicinales y agrícolas.

La obra cumbre de La Tourrette, Chloris lugdunensis (1785), causó sensación al centrarse en los criptógamos: musgos, líquenes y hongos de la región lyonesa. Como uno de los primeros en Francia en championar el estudio de estos organismos, desafió la jerarquía botánica que priorizaba las fanerógamas. Su análisis detallado de más de doscientas especies, incluyendo descripciones morfológicas y ecológicas, reveló innovaciones en micología francesa del siglo XVIII. Influido por las observaciones de Rousseau sobre musgos, La Tourrette exploró su distribución geográfica y respuesta a factores ambientales, sentando bases para la criptogamia moderna. Este trabajo, avalado por contemporáneos como Dominique Villars, subraya su rol en la transición de la botánica descriptiva a la experimental, integrando observaciones de campo con experimentos controlados en su parc botanique.

Más allá de la botánica pura, las contribuciones de La Tourrette se extendieron a la algología y la micología, campos emergentes en su época. Sus estudios sobre líquenes, adaptados a climas variados, anticiparon investigaciones sobre simbiosis y resiliencia ambiental. Recolectó muestras de algas en ríos lyoneses, analizando su rol en ecosistemas acuáticos, lo que lo convierte en un precursor de la algología en Europa. En micología, documentó hongos comestibles y tóxicos, contribuyendo a la seguridad alimentaria regional. Su herbier, compuesto por más de siete mil planchas, se conserva hoy en el Parc de la Tête d’Or de Lyon, sirviendo como recurso invaluable para investigadores. Estas colecciones, enriquecidas por viajes a Italia y Alpes, ilustran su compromiso con la diversidad biológica, fusionando pasión personal con rigor científico.

La vida de La Tourrette no estuvo exenta de desafíos. Durante la Revolución Francesa, el sitio de Lyon en 1793 exacerbó sus problemas de salud, agravados por la muerte de su amigo Rozier en un bombardeo. Murió el 1 de octubre de 1793, a los sesenta y cuatro años, dejando un vacío en la comunidad científica lyonesa. Sin embargo, su legado perdura en instituciones que ayudó a fundar y en obras que siguen citándose en la historia de la botánica francesa. Su enfoque interdisciplinario, que unía botánica con agricultura y filosofía, influyó en figuras como Augustin Pyramus de Candolle, quien revivió la criptogamia en Lyon. Hoy, estudios sobre biodiversidad urbana en Lyon evocan su espíritu exploratorio, recordándonos cómo un solo individuo puede catalizar avances duraderos.

En el contexto más amplio de la Ilustración, La Tourrette ejemplifica cómo la botánica se convirtió en un vehículo para la razón empírica. Su colaboración con Linnaeus no solo validó especies locales en el marco global, sino que también democratizó el acceso al conocimiento vegetal mediante textos accesibles. Las correspondencias con Rousseau, por su parte, humanizaron la ciencia, mostrando su capacidad para sanar el alma en medio del tumulto social. Como corresponsal botánico de Rousseau, La Tourrette encarnó la idea rousseauniana de que la naturaleza enseña humildad y armonía. Sus innovaciones en el estudio de criptógamos, a menudo subestimados, pavimentaron el camino para la ecología moderna, destacando interconexiones invisibles en los ecosistemas.

Reflexionando sobre su impacto, es evidente que La Tourrette trascendió el rol de mero recolector para convertirse en un visionario educativo. El jardín botánico de la École vétérinaire, bajo su tutela, formó generaciones de naturalistas, extendiendo su influencia a la veterinaria y la agronomía. En un siglo marcado por expediciones transcontinentales, su enfoque regional demostró que la ciencia profunda nace de la observación local, un principio que resuena en la botánica contemporánea de Lyon. Su herbier, digitalizado en parte, permite hoy análisis genéticos que validan sus descripciones, confirmando la precisión de sus observaciones.

La conclusión de la trayectoria de Marc Antoine Louis Claret de La Tourrette radica en su capacidad para sintetizar tradición y novedad en la botánica del siglo XVIII. Al priorizar los criptógamos y la ecología aplicada, desafió paradigmas dominantes, fomentando una ciencia inclusiva que abarcaba lo microscópico y lo filosófico. Su legado, arraigado en Lyon pero de alcance universal, subraya la importancia de la colaboración y la perseverancia en tiempos turbulentos. En una era de crisis climáticas, sus estudios sobre adaptaciones vegetales ofrecen lecciones atemporales para la sostenibilidad.

Así, La Tourrette permanece no solo como un pilar de la micología histórica, sino como inspiración para generaciones que buscan armonía entre humanidad y naturaleza, demostrando que el verdadero progreso científico florece en la intersección de curiosidad y contexto.


Referencias 

Claret de La Tourrette, M.-A.-L. (1766). Démonstrations élémentaires de botanique (Vols. 1-2). Lyon: Regnault.

Claret de La Tourrette, M.-A.-L. (1770). Voyage au mont Pilat dans la province du Lyonnais, contenant des observations sur l’histoire naturelle de cette montagne, & des lieux circonvoisins ; suivi du catalogue raisonné des plantes qui y croissent. Avignon: Regnault.

Claret de La Tourrette, M.-A.-L. (1785). Chloris lugdunensis. Lyon: Académie des sciences, belles-lettres et arts.

Cook, A. S. (2009). The Septième promenade of the Rêveries: Rousseau’s botanical legacy. Eighteenth-Century Studies, 42(4), 521-538.

Lecoq, H. (2008). Women and cryptogamic botany in Lyon: From La Tourrette to Lortet. Huntia, 18(2), 33-66.


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