Entre la necesidad de pertenecer y el impulso de ser únicos, el ser humano camina por una cuerda tensa donde la autenticidad se enfrenta al peso de los clichés culturales. En un mundo que premia la repetición y penaliza el riesgo, ¿cuánto de lo que creemos ser nace realmente de nosotros y cuánto es eco ajeno? ¿Estamos dispuestos a romper ese patrón?


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📷 Imagen generada por GPT-4o para El Candelabro. © DR

La ironía de la evolución humana: del creador al cliché


La evolución biológica y cultural ha colocado al ser humano en la cúspide de la complejidad orgánica y simbólica. Sin embargo, paradójicamente, esa misma criatura capaz de cuestionar su origen, de construir civilizaciones y de imaginar lo imposible termina, con frecuencia, reducida a patrones repetitivos que diluyen su singularidad. ¿Cómo explicar que el animal que inventó el lenguaje, la ciencia y el arte se convierta, en tantos momentos de su existencia cotidiana, en una versión predecible de sí mismo? Esta contradicción entre potencial creador y realización cliché constituye una de las tensiones más profundas de la condición humana contemporánea.

El cliché no es un accidente histórico reciente, sino la manifestación visible de un conflicto estructural. Desde los primeros grupos cazadores-recolectores, la supervivencia exigió imitación rápida de conductas eficaces. La transmisión cultural, motor del progreso humano, funciona precisamente mediante repetición y estandarización. Lo que permitió acumular conocimiento a lo largo de generaciones –copiar herramientas, rituales, narrativas– se convierte, en sociedades complejas, en una inercia que ahoga la novedad. Así, la misma capacidad que nos hizo evolucionar culturalmente contiene el germen de la uniformidad.

En términos psicológicos, el ser humano experimenta una doble pulsión: la necesidad de pertenencia y el impulso hacia la individuación. Erich Fromm describió esta tensión como la disyuntiva entre “tener” y “ser”. La pertenencia ofrece seguridad afectiva y reducción de la angustia existencial; la individuación, en cambio, implica riesgo, soledad y confrontación con lo desconocido. El cliché aparece cuando la balanza se inclina sistemáticamente hacia la primera opción. Las normas sociales, los roles de género preestablecidos, las modas ideológicas o las identidades tribales funcionan como refugios contra la libertad sartreana, esa “condenación” que obliga a inventarse permanentemente.

La neurociencia contemporánea aporta evidencia empírica a esta observación. El cerebro humano prioriza la economía cognitiva: las heurísticas y los sesgos automatizan decisiones para ahorrar energía. En entornos de sobrecarga informativa –característicos de la sociedad digital–, el recurso a esquemas preexistentes se intensifica. Las redes sociales refuerzan este mecanismo mediante algoritmos que premian la conformidad y castigan la desviación. El resultado es una amplificación paradójica: nunca hubo tantas herramientas de expresión individual y, simultáneamente, tanta homogeneización de discursos, estéticas y formas de vida.

Desde la filosofía existencial, autores como Kierkegaard y Heidegger señalaron ya en el siglo XIX el peligro de la “inautenticidad” y del “se impersonal”. El “uno” heideggeriano –esa instancia anónima que dicta cómo hay que vestir, opinar o sentir– encuentra hoy su expresión más acabada en la cultura de la performatividad digital. Ser “alguien” en internet requiere muchas veces adoptar códigos reconocibles de inmediato: el activista arquetípico, el intelectual disidente estandarizado, el emprendedor motivacional, el esteta melancólico. La originalidad real, al exigir tiempo de elaboración y tolerancia a la ambigüedad, queda relegada frente a la originalidad simulada que garantiza likes y pertenencia instantánea.

Esta dinámica posee consecuencias antropológicas profundas. Cuando la identidad se construye predominantemente desde afuera, la experiencia de agencia disminuye. Estudios en psicología social muestran correlación entre alta conformidad externa y tasas elevadas de depresión y ansiedad. La sensación de “no ser uno mismo” –tan frecuente en consultas clínicas actuales– refleja precisamente la brecha entre el potencial creador y la realidad cliché. El sujeto percibe que su vida transcurre según guiones ajenos, lo que genera una melancolía específica: no la tristeza por lo perdido, sino la tristeza por lo nunca intentado.

Sin embargo, la historia humana también está llena de rupturas. Los grandes avances científicos, artísticos y éticos surgieron siempre de individuos o colectivos que se atrevieron a desafiar los clichés dominantes de su época. Copérnico, Darwin, Woolf, Turing o Simone de Beauvoir pagaron el precio de la incomprensión inicial, pero expandieron el horizonte de lo posible. Estos ejemplos demuestran que el cliché no es un destino inexorable, sino una tendencia que puede ser contrarrestada mediante actos conscientes de desobediencia creativa.

La educación juega aquí un papel crucial. En lugar de transmitir únicamente contenidos, debería fomentar la capacidad de cuestionar los marcos heredados. Aprender a tolerar la incertidumbre, a convivir con preguntas sin respuesta inmediata y a valorar el error como fuente de descubrimiento constituye la mejor vacuna contra la repetición acrítica. La pedagogía socrática, que privilegia el diálogo y la mayéutica sobre la transmisión dogmática, conserva plena vigencia en este contexto.

En el terreno ético, romper con el cliché implica asumir responsabilidad radical por la propia existencia. Significa reconocer que la comodidad de la imitación tiene un coste: la atrofia progresiva de la facultad creadora. Como señalaba Viktor Frankl, el ser humano no sólo busca placer o poder, sino sentido; y el sentido surge precisamente cuando trascendemos los condicionamientos para responder de manera única a las demandas de cada situación.

La ironía final reside en que el propio acto de denunciar el cliché puede convertirse en cliché si se formula de manera automática. Innumerables publicaciones, conferencias y posts repiten la crítica a la superficialidad contemporánea con la misma falta de originalidad que critican. La coherencia exige, por tanto, que la reflexión sobre la autenticidad se traduzca en prácticas concretas: conversaciones genuinas, lecturas lentas, silencios habitados, relaciones no performativas.

La evolución humana no nos condenó al cliché, sino que nos entregó las herramientas para trascenderlo. La conciencia reflexiva, la imaginación simbólica y la capacidad de elección constituyen nuestro patrimonio más preciado. El cliché prospera mientras abdicamos de esas facultades; retrocede cuando las ejercitamos con coraje. Ser humano significa, en última instancia, mantener viva la tensión creativa entre lo que fuimos, lo que nos piden ser y lo que decidimos llegar a ser. Sólo en esa tensión incómoda, pero profundamente viva, reside la posibilidad de una existencia que merezca ser llamada auténtica.


Referencias

Frankl, V. E. (2006). El hombre en busca de sentido. Herder.

Fromm, E. (1976). Tener o ser. Fondo de Cultura Económica.

Heidegger, M. (1927). Ser y tiempo. Universidad Nacional Autónoma de México (edición 2019).

Kierkegaard, S. (1849). La enfermedad mortal. Guadarrama (edición 1974).

Sartre, J.-P. (1943). El ser y la nada. Losada (edición 2005).


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