Entre las vastas llanuras del Panhandle de Texas y la implacable expansión del Viejo Oeste, surgió una mujer cuya compasión cambió el destino de una especie icónica. Molly Goodnight, testigo de la masacre del bisonte americano, decidió actuar cuando pocos se atrevían. Su legado no solo salvó animales, sino que transformó la historia ambiental de la región. ¿Cómo una sola persona pudo revertir casi la extinción de un gigante de las praderas? ¿Qué podemos aprender de su heroísmo silencioso hoy?
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El Legado Compasivo de Molly Goodnight: Salvadora del Bisonte Americano en el Panhandle de Texas
En el vasto paisaje del Viejo Oeste americano, donde la expansión pionera se entretejía con la violencia y la ambición desmedida, surgió una figura cuya contribución trascendió las fronteras de la conquista territorial. Mary Ann Dyer Goodnight, conocida universalmente como Molly Goodnight, encarnó un heroísmo sutil pero profundo durante la segunda mitad del siglo XIX. Mientras los cazadores diezmaban las manadas de bisontes americanos en las Grandes Llanuras, reduciéndolas de decenas de millones a apenas unos cientos de ejemplares en cuestión de años, Molly decidió actuar en contra de esa marea destructiva. Su dedicación a la conservación del bisonte americano no solo representó un acto de compasión individual, sino que se convirtió en un pilar fundamental para la preservación de una especie icónica, cuya supervivencia hoy se atribuye en gran medida a esfuerzos como el suyo en el Panhandle de Texas. Esta narrativa no solo ilustra la resiliencia ecológica, sino que resalta cómo el legado de Molly Goodnight en la protección del bisonte de las llanuras sureñas influyó en la genética y la cultura de una región entera.
La vida de Molly Goodnight se forjó en el crisol de la frontera texana, un territorio marcado por la inestabilidad y la necesidad constante de adaptación. Nacida en 1832 en Tennessee, Mary Ann Dyer se mudó a Texas en su juventud, donde su educación formal —inusual para una mujer de su época— la preparó para roles que iban más allá de los confines domésticos tradicionales. En 1857, se unió a una caravana de colonos, demostrando desde temprana edad su temple aventurero. Su matrimonio en 1870 con Charles Goodnight, un legendario vaquero y ganadero apodado “el más grande de los pioneros del Oeste”, marcó el inicio de una sociedad que transformaría el Panhandle de Texas. Juntos, fundaron el JA Ranch, un vasto imperio ganadero que abarcaba cientos de miles de acres y que estableció rutas de ganado como el Goodnight-Loving Trail. Sin embargo, en medio de este auge económico impulsado por el ganado vacuno, Molly Goodnight vislumbró la catástrofe ecológica que amenazaba al bisonte americano, un animal central en el ecosistema de las praderas y en la subsistencia de las naciones indígenas.
La masacre del bisonte americano durante la década de 1870 no fue un mero subproducto de la caza deportiva, sino una estrategia deliberada de genocidio ecológico orquestada para debilitar a las tribus nativas de las Grandes Llanuras. Historiadores estiman que, en 1800, poblaciones de hasta 60 millones de bisontes surcaban el continente, pero para 1880, la caza indiscriminada —impulsada por la demanda de pieles y cuernos— había reducido su número a menos de mil. En las llanuras sureñas, particularmente en Texas, la extinción parecía inminente. Fue en este contexto de devastación que Molly Goodnight, testigo de terneros huérfanos vagando por la pradera en busca de sus madres masacradas, sintió un llamado imperioso. En 1878, comenzó a rescatar estos animales desamparados, alimentándolos con biberones improvisados hechos de cuernos de venado y leche de vaca. Su iniciativa personal, nacida de una empatía profunda hacia criaturas que simbolizaban la libertad de la frontera, plantó las semillas de lo que se conocería como la manada de bisontes Goodnight, un esfuerzo pionero en la conservación del bisonte que contrarrestaba la vorágine de la expansión blanca.
El proceso de crianza de estos bisontes huérfanos demandaba una dedicación incansable, que Molly Goodnight asumió con una tenacidad que rivalizaba con las hazañas de cualquier vaquero. Inicialmente, recolectó solo unos pocos terneros —cuatro en los primeros intentos documentados—, pero pronto su pequeño santuario en el JA Ranch albergó docenas. Ella diseñó corrales protectores con cercas de alambre de púas, un material innovador en esa era, para defenderlos de depredadores y cazadores furtivos. Día y noche, Molly se ocupaba de su alimentación y salud, reconociendo en cada animal no solo un superviviente, sino un emblema de la pradera que se desvanecía. Charles Goodnight, inicialmente escéptico ante lo que consideraba una distracción de sus operaciones ganaderas, se convirtió en un aliado clave, donando tierras y recursos para expandir el rebaño. Para 1887, la manada Goodnight contaba con más de 250 ejemplares, convirtiéndose en uno de los últimos refugios genéticos puros de los bisontes de las llanuras sureñas. Esta preservación meticulosa aseguró que la diversidad genética del bisonte americano no se perdiera por completo, un logro que resuena en los esfuerzos modernos de restauración ecológica en el Panhandle de Texas.
La importancia genética de la manada Goodnight trasciende su mera supervivencia numérica, posicionándola como un linaje fundacional en la historia de la conservación del bisonte americano. Estudios genéticos contemporáneos confirman que los descendientes de estos animales rescatados por Molly mantienen una pureza notable, libre de hibridación con ganado doméstico, un problema que afectó a muchas otras poblaciones. En 1997, el estado de Texas transfirió 48 bisontes de la línea Goodnight al Caprock Canyons State Park, donde hoy prosperan más de 200 ejemplares en un hábitat restaurado que evoca las praderas prehistóricas. Este parque, enclavado en el corazón del Panhandle, sirve como testimonio vivo del impacto de Molly Goodnight en la salvación del bisonte de las llanuras del sur. Los truenos de sus cascos sobre la tierra roja no solo revitalizan el ecosistema —controlando la vegetación y enriqueciendo el suelo con su estiércol—, sino que también educan a visitantes sobre la interconexión entre humanos y naturaleza. La conservación del bisonte en Caprock Canyons subraya cómo un acto de compasión individual puede catalizar una cadena de preservación que beneficia a generaciones futuras, restaurando el equilibrio en un paisaje alterado por la colonización.
Más allá de su labor con los bisontes, el legado de Molly Goodnight en el Panhandle de Texas se extiende a esferas sociales y educativas que humanizaron una frontera a menudo definida por la brutalidad. Reconociendo la aislamiento de las comunidades rurales, fundó en 1898 el Goodnight College, una institución que ofrecía educación superior a jóvenes de la región, muchos de los cuales provenían de familias de vaqueros y colonos. Esta escuela, que operó hasta 1917, impartió no solo conocimientos académicos, sino valores de empatía y sostenibilidad, inspirados en la propia filosofía de Molly. Su casa en el JA Ranch se convirtió en un refugio para los marginados: vaqueros heridos por estampidas o tiroteos, huérfanos de la frontera y mujeres huyendo de la violencia doméstica. Apodada “la Madre del Panhandle”, Molly Goodnight tejía redes de apoyo que contrarrestaban el individualismo feroz del Oeste. Su influencia se extendió incluso a la promoción de la lectura y la música, organizando bibliotecas itinerantes y coros que fomentaban la cohesión cultural en un territorio disperso. Estos esfuerzos ilustran cómo la conservación del bisonte americano formaba parte de una visión holística de preservación, que abarcaba tanto la fauna como el tejido humano de la pradera texana.
La narrativa de Molly Goodnight desafía las convenciones historiográficas del Viejo Oeste, que privilegian a figuras masculinas armadas con revólveres y ambiciones territoriales. En contraste con cowboys como su esposo Charles o cazadores como Buffalo Bill Cody, cuya fama se forjó en la matanza de bisontes, Molly representó un heroísmo no violento, arraigado en la empatía y la foresight ecológica. Su rechazo a la extinción del bisonte no fue impulsado por ganancias económicas —de hecho, el rebaño Goodnight se vendió en 1905 para financiar deudas del rancho—, sino por un profundo respeto por la vida silvestre que había presenciado en su juventud. Este enfoque compasivo anticipó movimientos modernos de conservación, como los impulsados por Theodore Roosevelt en el siglo XX, y resalta la agencia femenina en la historia ambiental de Estados Unidos. En el Panhandle de Texas, donde el ganado vacuno eclipsó al bisonte como pilar económico, el trabajo de Molly Goodnight restauró un equilibrio simbólico, recordando que la verdadera conquista de la frontera radica en la stewardship sostenible de sus recursos naturales.
El impacto duradero de Molly Goodnight se evidencia en cómo su legado permea la identidad cultural y ecológica del suroeste americano. Hoy, el bisonte americano, elevado a símbolo nacional, cuenta con aproximadamente 500,000 ejemplares en libertad y cautiverio, muchos de cuyos ancestros trazan su linaje hasta la manada Goodnight. Iniciativas como el Texas State Bison Herd perpetúan esta herencia, utilizando ADN de Caprock Canyons para programas de reintroducción que combaten la fragmentación de hábitats. Académicos en historia ambiental destacan cómo la preservación de Molly contribuyó a la decolonización narrativa del Oeste, reconociendo el rol del bisonte en las economías indígenas y su devastación como herramienta de genocidio. Su historia inspira a conservacionistas contemporáneos que abogan por la restauración de praderas en el contexto del cambio climático, donde el bisonte actúa como ingeniero ecosistémico clave. Al honrar a Molly Goodnight, no solo celebramos la salvación del bisonte en Texas, sino que reafirmamos la capacidad humana para redimir errores pasados mediante actos de gracia inquebrantable.
En última instancia, el legado de Molly Goodnight trasciende la mera anécdota histórica para convertirse en un paradigma de ética ambiental en la frontera americana. Su decisión de nutrir terneros huérfanos a las tres de la mañana, en medio de una pradera ensangrentada por la codicia, encapsula una forma de heroísmo que prioriza la vida sobre la dominación. Mientras el Oeste se erige en monumentos a la violencia —fortalezas, senderos de ganado y tumbas de pistoleros—, la figura de Molly invita a reflexionar sobre legados alternativos: aquellos tejidos con hilos de compasión y previsión. Su influencia en la conservación del bisonte americano no solo salvó una especie al borde de la extinción, sino que humanizó una era de deshumanización, demostrando que el verdadero progreso en las llanuras radica en la armonía con la naturaleza.
En un mundo actual donde la pérdida de biodiversidad acelera crisis globales, el ejemplo de Molly Goodnight en el Panhandle de Texas permanece como un faro, recordándonos que la preservación comienza con un solo acto de bondad, replicado en la quietud de la pradera eterna.
Referencias
Halbert, N. D., Gogan, P. J. P., Houchin, L., & Derr, J. N. (2005). Conservation genetic analysis of the Texas State Bison Herd. Journal of Mammalogy, 86(5), 924-932.
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Kulwicki, D. M. (2013). The official state bison herd of Texas. The Journal, 1, 1-10.
Shirley, E. W. (1980). Hello, sucker!: The story of Molly Goodnight’s first life. Texas Tech University Press.
Winn, C. A. (2013). The Mary Ann (Molly) Goodnight Day. The Journal, 1, 11-20.
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