Entre la sombra del pesimismo y el fulgor de la revolución crítica se alza un vínculo intelectual que marcó la historia del pensamiento: la profunda deuda de Schopenhauer con Kant. Dos mentes separadas por una generación, unidas por una misma ruptura con el dogma. ¿Qué descubrió Schopenhauer en Kant que ningún otro vio? ¿Y por qué ese reconocimiento sigue siendo tan decisivo hoy?


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Schopenhauer y su profundo respeto por Kant: una deuda intelectual inquebrantable


Arthur Schopenhauer, figura central del pesimismo filosófico del siglo XIX, construyó su monumental sistema metafísico sobre los cimientos que Immanuel Kant había levantado con la Crítica de la razón pura. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, que oscilaron entre la veneración acrítica y la condena absoluta del idealismo trascendental, Schopenhauer mantuvo una relación ambivalente pero profundamente respetuosa con el filósofo de Königsberg. Kant no era para él un simple antecedente histórico, sino el único pensador moderno que había logrado romper radicalmente con el dogmatismo previo y abrir el camino hacia una comprensión más profunda de la realidad.

En el prólogo a la primera edición de El mundo como voluntad y representación (1818), Schopenhauer declara sin ambages que la comprensión de la filosofía kantiana constituye una condición indispensable para entender su propia obra. Esta afirmación no responde a una cortesía retórica, sino a la convicción de que Kant había ejecutado la revolución filosófica más importante desde Platón. La distinción entre fenómeno y cosa en sí, esa frontera insalvable entre lo que aparece y lo que es, representaba para Schopenhauer el gran descubrimiento que separaba la filosofía seria de la mera especulación.

Schopenhauer reconocía en Kant al auténtico continuador de la tradición crítica que había comenzado con Locke y culminado, paradójicamente, en el propio Kant al superar las limitaciones del empirismo. Mientras Hume había despertado a Kant de su “sueño dogmático”, Kant había despertado a Schopenhauer de lo que él consideraba el sueño aún más profundo del idealismo alemán post-kantiano. Fichte, Schelling y especialmente Hegel recibirían de Schopenhauer los epítetos más duros: charlatanes, sofistas, impost9res. Kant, en cambio, permanecía intocable.

La admiración de Schopenhauer por Kant se manifestaba de manera particularmente intensa en su defensa de la distinción fenómeno/noúmeno. Aunque criticaría duramente la forma en que Kant había presentado esta distinción –considerándola a veces confusa y cargada de contradicciones–, nunca cuestionó su validez fundamental. Al contrario, la tomó como punto de partida irrenunciable para su propia identificación de la cosa en sí con la voluntad. Sin la revolución copernicana kantiana, que invertía la relación tradicional entre sujeto y objeto, la metafísica de la voluntad habría sido inconcebible.

Un aspecto particularmente revelador del respeto schopenhaueriano hacia Kant lo constituye su constante recomendación de leer primero las obras del maestro de Königsberg. En múltiples pasajes de su obra, Schopenhauer insiste en que quien no haya asimilado profundamente la Crítica de la razón pura estará irremediablemente perdido al intentar comprender El mundo como voluntad y representación. Esta exigencia revela no solo humildad intelectual –rara en un pensador tan orgulloso como Schopenhauer– sino también la conciencia de estar edificando sobre terreno kantiano.

La crítica schopenhaueriana a Kant, lejos de ser destructiva, adopta la forma del diálogo filial. Cuando Schopenhauer reprocha a Kant haber permanecido excesivamente ligado a la tradición wolffiana, o haber complicado innecesariamente su exposición con las doce categorías derivadas del juicio, lo hace desde la perspectiva de quien desea purificar y perfeccionar la doctrcción originaria. Sus famosas correcciones a la filosofía kantiana –la reducción de las categorías a la sola causalidad, la reinterpretación de las formas a priori del espacio y el tiempo– se presentan siempre como depuraciones que buscan rescatar la esencia revolucionaria del pensamiento kantiano de sus propios elementos accesorios.

Particularmente significativo resulta el tratamiento que Schopenhauer dispensa a la ética kantiana. Aunque rechaza rotundamente el imperativo categórico como fundamento de la moral –prefiriendo su propia ética de la compasión derivada del conocimiento de la unidad metafísica de todo lo viviente–, reconoce en Kant al primer filósofo moderno que intentó fundamentar la moral de manera completamente autónoma, independientemente de consideraciones teológicas o eudemonistas. La dignidad que Kant otorga a la razón práctica será transformada por Schopenhauer en la dignidad de la voluntad que se niega a sí misma, pero la inspiración kantiana permanece inconfundible.

Incluso en sus escritos tardíos, cuando Schopenhauer había alcanzado celebridad y su tono se volvía cada vez más acerbo, el respeto por Kant se mantiene inalterado. En los Parerga y Paralipomena, esa obra maestra de la filosofía para el mundo que tanto contribuyó a su reconocimiento tardío, Kant sigue apareciendo como la figura cumbre del pensamiento moderno. Schopenhauer llega incluso a lamentar que Kant no hubiera vivido para ver cómo su propio sistema completaba y superaba las intuiciones del maestro.

Esta relación maestro-discípulo que Schopenhauer establece con Kant resulta tanto más notable cuanto que él mismo se presentaba como un filósofo solitario, ajeno a escuelas y sistemas. En un siglo dominado por el idealismo académico alemán, Schopenhauer cultivó deliberadamente su marginalidad. Sin embargo, nunca renunció a reconocer su linaje kantiano. Podía despreciar a los profesores de filosofía de su tiempo, pero no al profesor de Königsberg que había transformado para siempre el panorama filosófico.

La influencia de Kant en Schopenhauer trasciende los aspectos estrictamente técnicos de la teoría del conocimiento. La propia concepción schopenhaueriana del carácter ascético del sabio, de la contemplación desinteresada que permite acceder al conocimiento de las Ideas platónicas, debe mucho a la distinción kantiana entre razón teórica y razón práctica, y especialmente a la noción de lo sublime desarrollada en la Crítica del juicio. El genio schopenhaueriano, capaz de contemplar el mundo sub specie aeternitatis, encuentra su antecedente directo en el sujeto trascendental kantiano liberado de los intereses de la voluntad.

En última instancia, la relación entre Schopenhauer y Kant ilustra ejemplarmente cómo avanza la gran filosofía: no mediante la negación absoluta de los predecesores, sino mediante su apropiación crítica y su transformación creativa. Schopenhauer no fue un simple continuador de Kant, pero tampoco un adversario. Fue, más bien, el heredero que se atrevió a llevar hasta sus últimas consecuencias las premisas kantianas, identificando en la voluntad aquello que Kant había dejado como el inscrutable “en sí” de las cosas.

Este reconocimiento constante de la deuda intelectual con Kant constituye uno de los rasgos más nobles del pensamiento schopenhaueriano. En un filósofo que cultivó el arte del vituperio como pocos, la veneración por Kant aparece como una excepción que confirma su grandeza. Porque solo los espíritus verdaderamente superiores son capaces de reconocer superioridad en otros. Schopenhauer, que tanto despreció a sus contemporáneos, inclinó siempre la cabeza ante el autor de las Críticas, reconociéndolo como el único filósofo moderno digno de ser llamado maestro.

La historia de la filosofía occidental no puede comprenderse plenamente sin atender a esta relación privilegiada entre Kant y Schopenhauer. Entre la revolución trascendental del siglo XVIII y la metafísica de la voluntad del XIX se tiende un puente que lleva el sello inconfundible del respeto intelectual más profundo. Schopenhauer, el pesimista que enseñó al mundo a contemplar su sufrimiento con ojos claros, encontró en Kant no solo al iniciador de su camino, sino al único compañero digno en la soledad del pensar auténtico.


Referencias

Kant, I. (1781). Crítica de la razón pura. (Traducción de Pedro Ribas, 1991). Madrid: Taurus.

Schopenhauer, A. (1818/1859). El mundo como voluntad y representación. (Traducción de Eduardo Ovejero y Maury, 2005). Madrid: Trotta.

Schopenhauer, A. (1851). Parerga y paralipomena. (Traducción de Pilar Giralt Gorina, 2009). Madrid: Trotta.

Safranski, R. (1989). Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Madrid: Alianza Editorial.

Janaway, C. (Ed.). (1999). The Cambridge companion to Schopenhauer. Cambridge University Press.


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