Entre la razón y la fe, entre la tradición y la innovación, se erige la figura de Maimónides, pensador que desafió los límites del conocimiento humano y la comprensión de lo divino. Su vida y obra revelan un equilibrio entre contemplación y acción, filosofía y espiritualidad, que trasciende culturas y siglos. ¿Cómo un hombre del siglo XII puede seguir enseñándonos sobre la búsqueda del saber? ¿Qué nos dice su legado sobre la armonía entre fe y razón?
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"El hombre experimenta un deseo natural de llegar hasta las cimas, y a menudo se hastía de los preliminares mostrándose reacio a su prosecusión. Recuerda, no obstante, que si fuera factible alcanzar el término sin los precedentes estudios preparatorios, éstos ya no serían tales, sino meros divertimentos y futilidades. Si despiertas a uno cualquiera, como se despabila al que se halla durmiendo, preguntándole, p. ej., si desea de immediato adquirir conocimiento sobre las esferas celestiales, su número y configuración, y cuál es su contenido; qué son los angeles, como fue creado el mundo en su conjunto y cual es su finalidad, (...) Sentiría un deseo natural de saber cómo son en realidad las cosas, pero querría calmarlo y llegar al conocimiento de todo eso con dos o tres palabras que tú le dijeras. Sin embargo, si le impusieras la obligación de suspender su ocupación durante una semana hasta que pudiese comprender todo ello, no lo haría, contentandose con elusivas fantasías que aquietasen su espíritu, y sentiría contrariedad al oír que hay cosas cuyo conocimiento requiere cantidad de nociones previas y prolongadas investigaciones. Tú sabes que esas materias estan ligadas entre sí, pues nada hay en el orden ontológico fuera de Dios (iexaltado sea!) y todas sus criaturas, las cuales abarcan todo lo existente, aparte de él. Mas aún, no hay otra via para aprehenderle, si no es por sus obras, que pregonan su existencia y cuanto acerca del mismo debe creerse, o sea, lo que debe afirmarse o negarse con respecto a él. Se impone, por tanto, la ineludible necesidad de examinar todos los entes tal como son, a fin de recabar verdaderos y ciertos principios en orden a toda clase de seres, que puedan servirnos en nuestras investigaciones metafísicas."
Maimónides, Guía de perplejos.
El Legado Intelectual de Maimónides: Entre la Razón, la Revelación y la Búsqueda del Conocimiento Absoluto
El 13 de diciembre de 1204 marcó no solo el fin biológico de Maimónides en Fustat, sino también el comienzo de una influencia que trascendería siglos, culturas y disciplinas. Nacido en Córdoba en 1138, en el seno de una familia judía culta durante el esplendor del Califato almohade, su vida estuvo signada por el exilio, el desplazamiento y la necesidad de conciliar fe y razón en un mundo fragmentado por conflictos teológicos y políticos. Su obra más ambiciosa, Guía de perplejos, encarna ese esfuerzo por construir puentes entre la filosofía aristotélica, la tradición rabínica y las corrientes neoplatónicas emergentes en el mundo islámico medieval. A través de un lenguaje cuidadoso, a veces deliberadamente velado, Maimónides aborda la tensión inherente al ser humano que anhela comprender la totalidad del cosmos, pero se resiste a los rigores del aprendizaje progresivo y sistemático.
La cita extraída del Guía de perplejos refleja una profunda psicología cognitiva: el hombre desea llegar a las cimas del saber, pero experimenta hastío ante los escalones necesarios para ascender. Este diagnóstico no es meramente pedagógico, sino ontológico y epistemológico. Maimónides sostiene que el conocimiento de Dios —el fin último del pensamiento humano— no se obtiene por intuición inmediata ni revelación directa, sino a través del estudio riguroso de sus obras, es decir, de la creación entera. Tal postura implica una redefinición del camino espiritual: no se trata de abandonar el mundo para encontrar a Dios, sino de penetrar en la estructura misma del mundo para descubrir sus huellas. Esta visión, profundamente integradora, permite a Maimónides presentar la ciencia natural y la metafísica como disciplinas auxiliares esenciales para la teología, sin que ello implique una subordinación de la fe a la razón.
En este marco, el estudio de las esferas celestes, los ángeles, la cosmogonía y la finalidad del universo no son mero entretenimiento especulativo, sino pasos obligados en una escalada intelectual que busca desvelar la unidad trascendente. La aversión del hombre común a dedicar una semana —cuanto menos años— a dicha empresa no es, según Maimónides, un fallo de voluntad, sino un síntoma de una educación incompleta y una formación espiritual superficial. El texto sugiere que la verdadera religiosidad exige disciplina cognitiva: una askesis del entendimiento. El recurso a “fantasías elusivas” para calmar el espíritu revela, más que una estrategia piadosa, una evasión ante la exigencia del rigor. Maimónides no desprecia la fe popular, pero la sitúa en un plano inferior al conocimiento alcanzado por el sabio, para quien la contemplación deviene acto de culto supremo.
Esta jerarquía del conocimiento se inserta en una concepción muy precisa del orden del ser: fuera de Dios, exaltado sea, no existe nada que no sea criatura, y toda criatura participa en un entramado causal y teleológico que invita a la reflexión. No hay entidades intermedias autónomas, ni fuerzas caóticas que escapen a la razón divina. Por ello, la metafísica no puede construirse sobre axiomas arbitrarios o intuiciones subjetivas, sino sobre principios firmes obtenidos en el estudio empírico y lógico de los entes. Aquí radica una de las innovaciones más audaces de Maimónides: la metafísica se erige sobre la física, y la teología sobre la metafísica. El conocimiento de Dios es, entonces, la culminación de una cadena lógica que comienza con la observación de los fenómenos naturales y avanza mediante abstracción, deducción y analogía. Este itinerario recuerda al ascensus plotiniano, pero lo somete a los criterios de causalidad y necesidad propios del aristotelismo revisado por Avicena y Averroes.
Es crucial subrayar que Maimónides no propone un racionalismo secularizante, sino una racionalidad sagrada. Su crítica a quienes buscan atajos gnósticos o místicos no responde a escepticismo, sino a una profunda preocupación por la integridad del monoteísmo. La anthropomorfización de Dios —resultado frecuente de lecturas literales de la Torá— es, para él, una forma sutil de idolatría. Por eso, el Guía de perplejos está dirigido a aquellos que, educados en la Torá, se han encontrado en conflicto con los hallazgos de la filosofía. No pretende convencer al incrédulo, sino reconciliar al creyente inteligente consigo mismo. Su método alegórico, su uso de la negación (vía negativa), su insistencia en que los atributos divinos se refieren a acciones y no a esencias, todo ello apunta a preservar la trascendencia absoluta de Dios sin renunciar al entendimiento humano.
La recepción de esta obra fue, desde el principio, polarizada. En el mundo judío, generó encendidas controversias: algunos rabinos lo acusaron de socavar la autoridad de la Torá con su interpretación racionalista; otros lo veneraron como el “águila de los sabios”. En el ámbito islámico, su influencia se filtró indirectamente, sobre todo a través de autores como Averroes, con quien comparte el ideal de una síntesis entre religión y filosofía, aunque difieran en aspectos esenciales, como la eternidad del mundo o la naturaleza del intelecto agente. En el cristianismo latino, su impacto se hizo sentir en figuras como Tomás de Aquino, quien, si bien critica ciertos puntos de su doctrina (por ejemplo, la negación de la creación ex nihilo en términos temporales), incorpora su método para articular fe y razón. Así, Maimónides se convierte en un nodo crucial en la historia del pensamiento occidental, un pensador que opera en los intersticios de tres tradiciones monoteístas sin pertenecer plenamente a ninguna de ellas en su expresión institucional.
El legado de Maimónides trasciende la historia de las ideas: su modelo de pensador comprometido —médico, jurisconsulto, líder comunitario y filósofo— anticipa una figura moderna de intelectual público. Su Mishné Torá, una codificación sistemática de la ley judía, demuestra su capacidad para organizar lo disperso, para imponer orden racional a una tradición milenaria. Este afán de sistematización no responde a una obsesión burocrática, sino a la convicción de que la vida ética y religiosa debe estar fundamentada en principios claros y accesibles. Asimismo, su actividad como médico de la corte de Saladino lo sitúa en el cruce de caminos entre ciencia, política y ética, anticipando debates contemporáneos sobre la responsabilidad del experto en sociedades complejas. En este sentido, su biografía misma es una parábola del equilibrio entre contemplación y acción, entre theoria y praxis.
Hoy, en una era marcada por la fragmentación del conocimiento y la proliferación de información no procesada, la reflexión de Maimónides sobre la paciencia intelectual cobra una resonancia inesperada. Vivimos en una cultura que valora la inmediatez, el insight instantáneo, la solución rápida frente a la complejidad. Las redes sociales y las plataformas digitales suelen privilegiar el eslogan sobre el argumento, la emoción sobre la reflexión. En este contexto, su advertencia contra las “fantasías elusivas” que aquietan el espíritu sin alimentarlo es profundamente profética. No se trata de rechazar la divulgación o la accesibilidad, sino de reclamar que el acceso al conocimiento profundo exige una ética del esfuerzo, una disposición a transitar por los preliminares con seriedad. El conocimiento de lo divino —o, en términos seculares, de lo humano en su máxima expresión— no puede reducirse a soundbites ni a metáforas vacías.
Más allá de las vicisitudes históricas, el pensamiento de Maimónides ofrece una vía intermedia entre el fundamentalismo literalista y el relativismo escéptico. Frente al primero, defiende la necesidad de interpretar los textos sagrados con herramientas racionales y contextuales; frente al segundo, sostiene que la razón no se agota en lo empírico, sino que aspira a lo trascendente. Su concepción de Dios como causa primera, inteligencia pura y bien incondicionado permite articular una espiritualidad que no depende de imágenes, ritos o emociones efímeras, sino del ejercicio constante de la inteligencia recta. Esta espiritualidad del entendimiento no excluye la oración, la ley o la comunidad, pero los sitúa bajo la luz de una búsqueda universal: la verdad como camino y como destino.
La muerte de Maimónides en Fustat no fue un ocaso, sino una semilla. Su tumba en Tiberíades se convirtió en lugar de peregrinación para judíos, musulmanes y cristianos —un símbolo tangible de su vocación universalista. Su obra fue quemada por rabinos ortodoxos en el siglo XIII, traducida al latín por escolásticos en el siglo XIV, estudiada por humanistas renacentistas en el siglo XV, y redescubierta por filósofos de la Ilustración en el siglo XVIII. En el siglo XX, pensadores como Leo Strauss y Emmanuel Levinas volvieron a su texto para repensar las relaciones entre razón, revelación y ética. Hoy, su figura es invocada tanto en debates sobre bioética (por su obra médica y su enfoque sobre la santidad de la vida) como en discusiones sobre tolerancia interreligiosa y la posibilidad de una razón pública compartida.
En conclusión, el ensayo de Maimónides no es un monumento arqueológico del pensamiento medieval, sino una propuesta viva y exigente sobre cómo habitar el mundo con coherencia intelectual y espiritual. Su insistencia en que el conocimiento de Dios pasa por el conocimiento del mundo nos invita a no abandonar la tierra en busca del cielo, sino a descubrir lo celeste en la estructura misma de lo terrenal. Su crítica a la impaciencia cognitiva es una advertencia contra la superficialidad, pero también una promesa: que el esfuerzo sostenido en la búsqueda de la verdad no es vano, porque cada eslabón del saber nos acerca, aunque sea de modo asintótico, a la unidad última de todas las cosas.
En un tiempo de perplejidad renovada —causada no por el conflicto entre Torá y filosofía, sino por la saturación informativa y la crisis de sentido—, su Guía sigue siendo una brújula: no para dar respuestas rápidas, sino para enseñar a formular las preguntas adecuadas, con humildad, rigor y esperanza.
Referencias
Bleich, J. D. (1973). Divine Providence in the Thought of Maimonides. Traditio, 29, 133–198.
Fox, M. (1995). Interpreting Maimonides: Studies in Methodology, Metaphysics, and Moral Philosophy. University of Chicago Press.
Heschel, A. J. (1962). The Prophets. Harper & Row.
Pines, S. (Trad.). (1963). The Guide of the Perplexed, by Moses Maimonides. University of Chicago Press.
Stern, J. L. (1997). Maimonides on Language and the Science of Language. In R. Link-Salinger (Ed.), Torah and Wisdom: Essays in Honor of Arthur Hyman (pp. 173–206). Shengold Publishers.
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