Entre las montañas de Asia Central y las rutas que unían Persia con la India surgió una confederación capaz de alterar imperios y reescribir fronteras: los enigmáticos Hephthalitas. Su origen étnico, su poder militar y su sorprendente adaptabilidad siguen desafiando a historiadores y arqueólogos. ¿Quiénes fueron realmente estos llamados “Hunos blancos”? ¿Cómo lograron dominar el corazón de Eurasia?
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El enigmático reino de los Hephthalitas o “Hunos blancos”
Durante los siglos V y VI de nuestra era, una poderosa confederación nómada emergió en el corazón de Asia Central, desafiando a imperios consolidados y remodelando las dinámicas geopolíticas desde el valle del Indo hasta las fronteras persas: los Hephthalitas, conocidos en fuentes bizantinas y medievales como los “Hunos blancos”. A diferencia de sus homólogos europeos, cuya irrupción en el Occidente romano es ampliamente documentada, los Hephthalitas permanecen envueltos en una densa neblina historiográfica, en parte por la escasez de registros escritos autóctonos y en parte por la ambigüedad de las fuentes externas que los describen. Su denominación misma revela esta incertidumbre: mientras que “Hephthalita” proviene del persa medio y es utilizado por escritores sasánidas y bizantinos, el epíteto “huno blanco” parece responder más a una categorización étnica simplista que a una identidad autodeclarada, posiblemente influenciada por prejuicios fenotípicos o distinciones políticas.
El origen étnico y lingüístico de los Hephthalitas sigue siendo objeto de intenso debate entre historiadores y filólogos. Algunas teorías los vinculan con ramas iranias orientales, basándose en topónimos, antroponimia y ciertos rasgos culturales plasmados en fuentes chinas y persas; otras postulan un origen turcoico temprano, apoyándose en paralelos institucionales con sociedades esteparias posteriores; y una tercera corriente, aunque menos sostenida hoy, sugiere una posible relación con los Xiongnu del norte de China. Las inscripciones bilingües en bactriano y sánscrito —como las de Rabatak y las monedas acuñadas en nombre de gobernantes hephthalitas— ofrecen pistas valiosas: usaban un dialecto iranio oriental para la administración, pero también adoptaron elementos sánscritos en contextos diplomáticos y religiosos, lo que indica un alto grado de sincretismo cultural y pragmatismo político. Esta pluralidad sugiere que los Hephthalitas no constituían un grupo étnico homogéneo, sino una coalición dinámica de clanes nómadas y sedentarios bajo un liderazgo carismático y militarmente eficaz.
La expansión hephthalita comenzó en torno al siglo V, con su núcleo inicial probablemente ubicado al norte del río Oxus (actual Amu Darya), en lo que hoy es Uzbekistán, Tayikistán y el norte de Afganistán. Desde allí, avanzaron hacia el sur y el oeste, estableciendo una hegemonía que abarcó el norte de la India, partes del actual Pakistán, Afganistán y el este del Irán. Su conquista más resonante fue la derrota del Imperio Sasánida en 484 d.C., en la batalla de Herat, donde el rey Peroz I perdió la vida y su ejército fue aniquilado. Este evento no solo marcó una humillación sin precedentes para Ctesifonte, sino que permitió a los Hephthalitas imponer un tributo anual a los sasánidas durante casi tres décadas, alterando drásticamente el equilibrio de poder en Asia Occidental. En el subcontinente indio, penetraron hasta el valle del Ganges, enfrentándose con los Gupta y estableciendo una presencia duradera en Gandhara, Kashmir y el Punjab, donde fundaron dinastías locales que persistieron tras su declive central.
A diferencia de otras confederaciones nómadas, los Hephthalitas exhibieron una notable capacidad de adaptación estatal. Aunque conservaron rasgos tradicionales de la sociedad esteparia —como la movilidad militar, el liderazgo basado en la lealtad tribal y la importancia de los pastores—, desarrollaron estructuras administrativas complejas. Acuñaron una abundante y diversificada moneda, generalmente en cobre y plata, con inscripciones en bactriano usando el alfabeto griego modificado, lo que evidencia una tradición burocrática heredada de los Kushan y los Indo-griegos. Sus gobernantes adoptaron títulos como Yabghu y Khagan, pero también usaron designaciones iranias como Shah y, en contextos indios, incluso Mahārāja. Esta plasticidad titulatura reflejaba su voluntad de legitimarse ante múltiples audiencias culturales, desde los cortesanos persas hasta los brahmanes hindúes. No existió una capital fija, aunque ciudades como Balkh, Kapisa y Purushapura (Peshawar) sirvieron como centros regionales de gobierno y comercio.
La vida religiosa de los Hephthalitas fue marcadamente ecléctica, lo que subraya su posición como intermediarios entre mundos culturales diversos. Las fuentes chinas, especialmente los relatos de peregrinos budistas como Song Yun y Xuanzang, describen a los gobernantes hephthalitas como tolerantes hacia el budismo, incluso patrocinando monasterios en Gandhara y Bamiyán —donde las famosas estatuas de Buda, hoy destruidas, fueron ensanchadas y embellecidas bajo su mecenazgo. Sin embargo, otras evidencias sugieren la persistencia de prácticas chamánicas tradicionales, incluyendo el culto a ancestros y divinidades locales. En territorios de mayoría zoroastriana, evitaron imponer su propio credo, pero tampoco adoptaron formalmente el zoroastrismo; en cambio, parece que mantuvieron una postura neutral o instrumental, permitiendo la coexistencia de múltiples tradiciones. Esta actitud no fue mera indiferencia, sino una estrategia deliberada de gobernanza en un imperio étnica y religiosamente heterogéneo.
El comercio constituyó un pilar fundamental del poder hephthalita. Su dominio sobre los corredores del norte de la Ruta de la Seda —especialmente el tramo entre Samarcanda, Balkh y Taxila— les permitió controlar el flujo de seda china, especias indias, caballos de la estepa y metales preciosos. Actuaron como intermediarios indispensables entre el Imperio Chino de los Wei del Norte, la India Gupta y el Irán sasánida, imponiendo aranceles y garantizando la seguridad de las caravanas a cambio de tributos. Su economía, inicialmente basada en la ganadería y el pillaje, se sofisticó mediante la integración de artesanos urbanos, mercaderes sogdianos y banqueros jainistas y budistas. Esta red comercial no solo generó riqueza, sino que también facilitó la circulación de ideas, tecnologías y estilos artísticos, contribuyendo al florecimiento del arte gandhara tardío y a la difusión del sánscrito como lengua de élite en Asia Central.
La caída del dominio hephthalita fue tan rápida como su ascenso había sido meteórica. En el año 557 d.C., una alianza entre el Imperio Sasánida, bajo Cosroes I Anushirvan, y los Göktürk, la nueva potencia emergente de la estepa, dio fin al reino central de los Hephthalitas tras la decisiva batalla de Gol-Zarriun. Los sasánidas recuperaron el territorio al oeste del Oxus, mientras que los Göktürk se apoderaron de las estepas del norte. Sin embargo, dinastías hephthalitas locales persistieron en el valle del Indo y en Afganistán durante varias décadas más, algunas incluso aliándose con los primeros conquistadores musulmanes en el siglo VII. Su legado no desapareció con su derrota: la fragmentación política que provocaron preparó el terreno para la expansión islámica en Asia Central, y sus prácticas administrativas influyeron en los estados turcos posteriores. Además, su tolerancia religiosa y su patronazgo del budismo mahāyāna dejaron una huella duradera en el paisaje espiritual del noroeste del subcontinente indio.
En retrospectiva, los Hephthalitas representan un caso paradigmático de cómo las sociedades nómadas podían construir imperios complejos sin renunciar por completo a sus raíces esteparias. Su historia desafía la narrativa tradicional que opone “civilización sedentaria” y “barbarie nómada”, revelando en cambio una capacidad de síntesis cultural sin parangón en su época. Aunque carecieron de una literatura propia o de crónicas oficiales, su influencia se percibe en la epigrafía, la numismática y los testimonios de sus vecinos —desde los historiadores bizantinos hasta los monjes budistas chinos. El estudio de los “Hunos blancos” no solo ilumina una fase crucial de la historia euroasiática, sino que también invita a reconsiderar los mecanismos de poder, identidad y adaptación en el mundo antiguo, cuando las fronteras entre lo nómada y lo sedentario eran más porosas de lo que comúnmente se asume.
El reino hephthalita fue una potencia transicional pero profundamente transformadora, cuya existencia aceleró la declinación de los imperios clásicos tardíos y allanó el camino para el surgimiento de nuevos órdenes políticos y religiosos en Asia. Su capacidad para articular una administración eficiente sin una capital fija, para mantener la cohesión tribal sin imponer una identidad étnica uniforme, y para patrocinar una pluralidad religiosa en medio de conflictos ideológicos intensos, demuestra una sofisticación política que merece ser reevaluada fuera de los marcos eurocéntricos tradicionales. Lejos de ser meros destructores o intermediarios brutales, los Hephthalitas fueron artífices de un orden cosmopolita efímero pero influyente, cuyo estudio sigue siendo esencial para comprender la transición entre la Antigüedad tardía y la Edad Media en Eurasia.
Su enigma persiste, no por falta de evidencia, sino por la riqueza de interpretaciones que dicha evidencia permite —un testimonio de la complejidad inherente a los grandes cruces de caminos históricos.
Referencias
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