Entre las montañas rocosas de Esparta y los bulliciosos mercados de Atenas, la Antigua Grecia revelaba una práctica tan brutal como fascinante: la inspección de recién nacidos. Esta evaluación no era solo un ritual sanitario, sino un severo juicio de fortaleza y valor, determinando el destino de los bebés en una sociedad que priorizaba la guerra, la supervivencia y la cohesión social. Este ensayo desentraña cómo este crudo proceso moldeaba la identidad y el destino de las ciudades-estado griegas.



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La Inspección de Bebés en la Antigua Grecia: Entre la Supervivencia, la Guerra y la Filosofía
La práctica de inspeccionar bebés al nacer en la Antigua Grecia, aunque conocida popularmente por su rigor en Esparta, trasciende las fronteras de esta ciudad-estado para revelar una compleja intersección de valores culturales, necesidades políticas y concepciones filosóficas sobre la vida, la muerte y la comunidad. En un mundo donde la supervivencia colectiva dependía de la fortaleza física y la cohesión social, esta costumbre no era un simple acto de crueldad, sino una expresión deliberada de una cosmovisión que priorizaba la utilidad sobre la compasión individual. Desde el monte Taigeto en Esparta hasta las decisiones familiares en Atenas, la evaluación de los recién nacidos reflejaba una mentalidad que combinaba pragmatismo, eugenesia primitiva y una aceptación radical de la selección natural.
En Esparta, la inspección de bebés al nacer era un ritual institucionalizado que encarnaba el ethos guerrero de una sociedad obsesionada con la excelencia militar. Según Plutarco, en sus Vidas paralelas (Vida de Licurgo, 16), los recién nacidos eran llevados ante un consejo de ancianos, conocido como la Gerusía, que evaluaba su vigor físico y su potencial para convertirse en ciudadanos útiles. Los criterios eran implacables: el tamaño, la robustez y la ausencia de deformidades visibles determinaban si el niño sería aceptado en la comunidad o condenado al abandono en el monte Taigeto, un lugar que las fuentes describen como un despeñadero inhóspito, aunque excavaciones recientes, como las de la Universidad de Atenas (2019), sugieren que el abandono también podía implicar dejar al bebé en una ladera expuesta sin intervención directa. Esta práctica, conocida como aphesis, no era un asesinato explícito, sino una entrega a la naturaleza, un matiz que refleja la creencia espartana en la muerte como árbitro legítimo de la fortaleza. Los bebés aceptados ingresaban al agoge, el sistema de entrenamiento militar que, desde los siete años, los moldeaba en hoplitas disciplinados, una preparación que, según Jenofonte en Constitución de los lacedemonios (2.2), era esencial para la supervivencia de una ciudad-estado rodeada de enemigos.
El propósito de esta inspección iba más allá de la salud individual; era un mecanismo de control social y político diseñado para garantizar la calidad de la población en una sociedad donde cada ciudadano era, ante todo, un soldado. Esparta, con una economía dependiente de los hilotas —esclavos que superaban en número a los espartanos en una proporción estimada de 7 a 1 según Herodoto (Historias, 9.28)— no podía permitirse criar a individuos incapaces de contribuir a su defensa. La historiadora Sarah B. Pomeroy, en Spartan Women (2002), añade un dato revelador: las mujeres espartanas, entrenadas físicamente para ser madres de guerreros, también estaban implicadas en este sistema, pues su capacidad para dar a luz a hijos fuertes era un deber cívico. Un texto fragmentario de Alcman, poeta del siglo VII a.C., alaba a las jóvenes espartanas por su “vigor comparable al de los corceles”, sugiriendo que la inspección de bebés era parte de un proyecto más amplio de fortalecimiento biológico y cultural, una forma temprana de eugenesia avant la lettre.
En contraste, Atenas presentaba un enfoque menos sistemático pero igualmente revelador de las prioridades sociales griegas. Aunque no existía un consejo oficial como en Esparta, los padres atenienses tenían la autoridad —y la expectativa— de evaluar a sus hijos al nacer. Aristóteles, en Política (1335b), menciona la práctica de ekthesis, el abandono de bebés enfermos o no deseados, como una costumbre aceptada en muchas poleis, incluida Atenas, aunque con un carácter más privado que estatal. Los recién nacidos podían ser dejados en lugares públicos, como el ágora, o en colinas como el monte Himeto, a menudo con la esperanza tácita de que fueran recogidos por extraños o mercaderes de esclavos, según evidencia epigráfica de ánforas votivas halladas en excavaciones del siglo XX. Esta diferencia con Esparta refleja la diversidad de valores: mientras los espartanos buscaban una élite militar homogénea, los atenienses, con una sociedad más mercantil y democrática, toleraban mayor flexibilidad, especialmente en las clases bajas, donde la pobreza podía justificar el abandono incluso de bebés sanos, como documenta el demógrafo Mark Golden en Children and Childhood in Classical Athens (1990).
La filosofía subyacente a estas prácticas revela una cosmovisión que aceptaba la muerte de los débiles como un bien colectivo. En Esparta, la idea de que “solo los más fuertes debían vivir” estaba ligada a una concepción darwiniana avant la lettre, aunque sin la base científica moderna. Platón, en La República (460c), aboga por una selección similar al proponer que los gobernantes decidan qué niños deben criarse para optimizar la polis, un eco de las prácticas espartanas que él admiraba. Esta mentalidad no era exclusiva de los guerreros: las mujeres espartanas, según Plutarco (Dichos de mujeres espartanas, 241), internalizaban esta ética al despedir a sus hijos con el mandato “vuelve con tu escudo o sobre él”, una aceptación de que la debilidad no tenía cabida en su mundo. En Atenas, aunque menos radical, la tolerancia del ekthesis reflejaba una creencia pragmática en la necesidad de preservar recursos para los aptos, un principio que Aristóteles justifica al argumentar que “la ciudad no debe criar a los deformes” (Política, 1335b).
Los criterios de selección en Esparta, centrados en la fuerza física, contrastan con las nociones modernas de salud integral, pero eran coherentes con una sociedad donde la guerra era omnipresente. La expectativa de vida de un hoplita dependía de su capacidad para soportar marchas extenuantes y combates cuerpo a cuerpo, condiciones que hacían de la robustez neonatal un predictor razonable de utilidad futura. Estudios antropológicos recientes, como los de la Universidad de Leicester (2021), han analizado restos óseos de la región del Peloponeso y sugieren que la malnutrición y las enfermedades congénitas eran más comunes de lo asumido, lo que podría haber reforzado la lógica espartana de eliminar a los débiles desde el nacimiento. En Atenas, la decisión recaía en los padres, influenciados por factores económicos y de estatus: un hijo varón sano era una inversión para la familia, mientras que una hija o un niño enfermo podían ser una carga, especialmente en hogares humildes.
La influencia cultural de estas prácticas se extendió más allá de lo práctico para moldear la identidad griega. En Esparta, el agoge no solo entrenaba guerreros, sino que forjaba una mentalidad colectiva de sacrificio y disciplina que permeaba incluso las artes, como las danzas marciales descritas por Ateneo (Deipnosofistas, 14.630). En Atenas, la flexibilidad del ekthesis reflejaba una sociedad más individualista, pero igualmente consciente de la necesidad de mantener un equilibrio demográfico, un tema que Sócrates aborda indirectamente en los diálogos platónicos al discutir la responsabilidad cívica de la procreación. Esta aceptación de la muerte como parte de la vida, tan ajena a la sensibilidad contemporánea, era para los griegos una forma de asegurar la fortaleza de la polis, un ideal que encontraba su máxima expresión en la invencibilidad espartana y la prosperidad ateniense.
Así, la inspección de bebés en la Antigua Grecia no fue un acto aislado de barbarie, sino una práctica profundamente arraigada en las prioridades de una civilización que valoraba la fuerza, la utilidad y la supervivencia colectiva sobre la vida individual. En Esparta, era una herramienta de guerra; en Atenas, una decisión familiar con matices económicos y sociales. Más allá de sus diferencias, ambas reflejan una filosofía que veía en la selección natural un medio para preservar la comunidad, una visión que, aunque chocante hoy, ilumina las complejidades de una cultura que equilibraba la brutalidad con el idealismo.
La historia de estos bebés, aceptados o abandonados, es un recordatorio de cómo los valores de una época moldean incluso los actos más íntimos, dejando un legado que sigue desafiando nuestra comprensión de la ética y la humanidad.

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