Entre las múltiples capacidades humanas, la comunicación emerge como puente entre mundos interiores, pero su eficacia depende menos de hablar que de saber escuchar. En una época marcada por la prisa y la distracción, la escucha activa se revela no solo como técnica, sino como virtud indispensable para comprender al otro en su totalidad. ¿Podemos realmente dialogar sin escuchar con atención? ¿Es posible comprender sin conceder silencio al interlocutor?
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📸 Imagen generada por ChatGPT IA — El Candelabro © DR
"Nuestro mayor problema de comunicación es que no escuchamos para comprender, escuchamos para responder".
~ Umberto Eco
Escuchar para comprender: la raíz olvidada de la comunicación
“Nuestro mayor problema de comunicación es que no escuchamos para comprender, escuchamos para responder”. Esta reflexión de Umberto Eco condensa un mal contemporáneo: la incapacidad de otorgar verdadera atención al otro. En una sociedad saturada de estímulos, donde la velocidad prima sobre la pausa, escuchar ha dejado de ser un acto profundo para convertirse en un mero tránsito hacia el turno de réplica. El presente ensayo examina cómo esta tendencia erosiona los lazos sociales, de qué modo afecta a la vida pública y privada, y por qué recuperar la escucha activa constituye un imperativo ético y cultural.
Escuchar para responder implica asumir la conversación como combate. El interlocutor ya no es un ser humano con una perspectiva singular, sino un obstáculo que debe ser superado con argumentos veloces y contundentes. Tal práctica convierte el diálogo en un juego de poder más que en un espacio de encuentro. De este modo, se diluye la posibilidad de alcanzar consensos reales y se profundizan las grietas entre individuos y comunidades, deteriorando la confianza recíproca.
Por el contrario, escuchar para comprender es un ejercicio de humildad y apertura. Supone aceptar que la voz ajena puede contener matices que desestabilicen nuestras certezas. Requiere suspender el impulso de contestar y habitar un silencio fecundo, donde la atención plena se convierte en la herramienta que permite captar no solo palabras, sino emociones, gestos y contextos. Es un proceso que ensancha el horizonte de sentido y promueve una comunicación más auténtica.
La neurociencia ha demostrado que el cerebro humano procesa de manera distinta cuando se concentra en comprender. En lugar de activar solo los circuitos de memoria inmediata y de preparación de respuesta, se estimulan regiones vinculadas a la empatía y a la teoría de la mente, es decir, la capacidad de imaginar lo que el otro experimenta. Esto significa que la escucha activa no es simplemente una virtud moral, sino una práctica que transforma nuestras estructuras cognitivas y emocionales.
En la vida cotidiana, la ausencia de escucha auténtica se traduce en conflictos frecuentes. Familias que se fragmentan porque cada miembro espera su turno para defender su posición, sin detenerse a captar las necesidades profundas del otro. Parejas que discuten en un bucle interminable, donde el reproche desplaza la atención al sentido último de la relación. Entornos laborales donde la jerarquía se impone mediante discursos unidireccionales, ignorando el caudal de experiencias de quienes ejecutan las tareas diarias.
El espacio público tampoco escapa a este fenómeno. En la política contemporánea, la conversación se ha reducido a un intercambio de consignas diseñadas para captar titulares o fragmentos virales. El debate parlamentario y mediático raramente busca puntos de encuentro; más bien persigue consolidar identidades y reforzar trincheras ideológicas. Escuchar para responder se convierte así en un arma retórica que impide la deliberación democrática y alimenta la polarización social.
La tecnología ha acentuado esta dinámica. Las redes sociales privilegian la inmediatez y el ingenio de la réplica sobre la profundidad reflexiva. Los algoritmos recompensan la visibilidad de lo polémico y castigan la escucha pausada. De este modo, el entorno digital moldea a los usuarios hacia una comunicación fragmentaria, en la que la atención al otro se sustituye por la urgencia de producir respuestas que generen aprobación rápida en forma de “likes” o compartidos.
Sin embargo, la posibilidad de revertir esta tendencia sigue vigente. Educar en la escucha es una tarea que puede integrarse en diversos niveles de la vida social. En el ámbito escolar, fomentar ejercicios de diálogo estructurado, donde se privilegie el entendimiento del argumento ajeno antes de formular objeciones, contribuye a formar ciudadanos con mayor capacidad crítica y empática. En las universidades, la interdisciplinariedad puede fortalecer esta práctica al obligar a los estudiantes a entrar en contacto con lenguajes y métodos distintos.
La escucha activa también constituye un recurso terapéutico. En el campo de la psicología, técnicas como la terapia centrada en la persona, desarrollada por Carl Rogers, subrayan la importancia de una atención empática que valide la experiencia subjetiva del paciente. El solo hecho de sentirse escuchado con profundidad puede producir alivio y abrir caminos de transformación personal. Ello demuestra que escuchar no es pasividad, sino una acción poderosa de acompañamiento y reconocimiento.
En las organizaciones, implementar una cultura de escucha puede incrementar la innovación y la productividad. Las empresas que generan espacios donde las ideas de todos los empleados son consideradas reducen la resistencia al cambio y elevan el compromiso. La escucha organizacional implica no solo oír sugerencias, sino integrarlas en procesos de decisión. Se convierte así en una estrategia competitiva y en una forma de cohesión interna.
Desde una perspectiva filosófica, escuchar para comprender es un acto de hospitalidad. Implica acoger en nuestro espacio mental lo que es ajeno y extraño. Esta apertura recuerda la ética de Emmanuel Levinas, para quien el rostro del otro nos interpela y nos obliga a una respuesta ética antes que racional. Escuchar al otro es reconocer su alteridad y admitir que su existencia constituye una llamada que no puede ser ignorada sin traicionar nuestra humanidad compartida.
El arte de escuchar también encuentra resonancias en la literatura. En obras clásicas y contemporáneas, el malentendido suele ser el motor del conflicto narrativo. Shakespeare construyó tragedias enteras sobre la incapacidad de los personajes para escucharse con atención. En cambio, la literatura de la confesión y el testimonio revela cómo el acto de narrar y ser escuchado puede restaurar la dignidad de quienes han vivido experiencias traumáticas. Escuchar, en ese sentido, se convierte en un acto político de restitución.
Recuperar la escucha como valor cultural exige desmontar prejuicios. Escuchar no significa debilidad ni renuncia a la propia voz. Al contrario, quien escucha con atención desarrolla respuestas más ajustadas, menos reactivas y más constructivas. La fortaleza de una comunidad no radica en la velocidad de sus réplicas, sino en la capacidad de metabolizar la diversidad de voces para transformarlas en decisiones colectivas con sentido.
Así, el desafío es doble: individual y colectivo. A nivel personal, se requiere cultivar hábitos de silencio consciente, meditación y atención plena. A nivel social, se necesitan políticas educativas y comunicacionales que incentiven la escucha. No se trata de una utopía ingenua, sino de una inversión en cohesión y sostenibilidad. Sociedades que escuchan logran acuerdos duraderos, mientras que aquellas que solo responden viven en el desgaste perpetuo de la confrontación.
En definitiva, la afirmación de Umberto Eco no es una simple crítica retórica, sino un diagnóstico de época. Hemos confundido la comunicación con la respuesta automática, cuando en realidad la verdadera comunicación solo surge del deseo de comprender. Escuchar para comprender no garantiza el fin de los desacuerdos, pero abre el espacio donde la diferencia puede transformarse en diálogo y el conflicto en aprendizaje. Solo así podremos recuperar la dimensión humana de la palabra y restituir la confianza en la posibilidad de entendimiento.
Referencias
- Rogers, C. (1951). Client-Centered Therapy: Its Current Practice, Implications, and Theory. Houghton Mifflin.
- Levinas, E. (1961). Totalité et Infini. Martinus Nijhoff.
- Brownell, J. (2012). Listening: Attitudes, Principles, and Skills. Pearson.
- Nichols, M. P. (2009). The Lost Art of Listening: How Learning to Listen Can Improve Relationships. Guilford Press.
- Habermas, J. (1981). The Theory of Communicative Action. Beacon Press.
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